El primer escolapio que derramó su sangre como mártir de Jesús fue el R Tomás Sperat, que murió en 1681 cerca de Prievidza, en la actual Eslovaquia. El último, el R Józef Córszczyk, asesinado mientras celebraba la Eucaristía en Maciejowa (Polonia) en 1964. Algunos otros han perdido violentamente su vida por el Evangelio, pero el testimonio de los escolapios ha sido mayoritariamente incruento. Muchos han sufrido persecución, destierro, cárcel, penalidades y desprecio, en distintas épocas y lugares por ser fieles al Señor y a su vocación calasancia.

Hay, sin embargo, un momento concreto en la historia en el que el testimonio martirial escolapio fue muy numeroso y desde entonces nos mueve «una gran nube de testigos… a fin de que también nosotros creamos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús» Hb 12,1-2).

Víctimas de la persecución desatada durante la guerra de 1936 en España murieron mártires seis religiosas escolapias, ya beatificadas, una religiosa calasancia, cuyo proceso se desarrolla favorablemente, y 203 religiosos escolapios de los cuales trece han sido beatificados. Tenemos 210 hermanos y hermanas mártires, además de muchos familiares y exalumnos.

Todo bautizado está llamado por el Padre a identificarse con Jesús por obra del Espíritu. No todos llegan a un mismo grado en este proceso. Los mártires reciben la gracia de una identificación plena. A todos dice Jesús: «permaneced en mí, permaneced en mi amor». Los mártires son llamados a demostrar su amor, dando su vida por el Amigo, participando en su misterio pascual de muerte y resurrección, unidos íntimamente a Él.

 

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