Amar la venerable pobreza
A lo largo de la visita que estoy llevando adelante en toda la Orden, centrada especialmente en la Formación Inicial y en la atención a los religiosos que están viviendo sus primeros años de vida escolapia adulta, estoy percibiendo un gran interés, por parte de los hermanos, por todo lo que significa el reto de vivir el voto de pobreza y de que nuestro ministerio sea crecientemente dedicado a los más necesitados. Doy gracias a Dios por esta sensibilidad que percibo en los jóvenes escolapios. Por eso, he pensado compartir con ellos, y con todos, una sencilla reflexión sobre los retos que ellos me plantean.
1-El punto de partida es muy claro para mí: “Seguimos a Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza”. Así comienza el capítulo sexto de nuestras Constituciones, dedicado al voto de pobreza[1].
Creo que esto es muy importante que no lo olvidemos nunca. El centro de nuestra vida de pobreza es el seguimiento de Cristo. Por eso es un voto. Nuestra vida se siente desafiada por la sencillez y la pobreza, y llamada a conversión, porque ese es el estilo de vida de Jesús de Nazaret.
Serían muchas las consecuencias de esta afirmación para nuestra manera de vivir. Me conformo con decir que “tiene consecuencias” y con citar alguna de ellas, algunas de las llamadas que la pobreza de Cristo nos sugiere a los escolapios de hoy. Las cito de manera breve:
- Pienso que una de ellas es la sencillez de vida, que es el resultado del desapego y fruto de la libertad interior que te da, como a Jesús, el “hacerte uno de tantos”[2].
- El valor ascético de la pobreza. No al afán de tener más; sí al deseo de vivir con lo necesario para nuestra misión y nuestra vida, sin ningún afán por poseer.
- La dimensión teologal de la pobreza, entendida siempre como el deseo de depender de Dios, de confiar en Él.
- El trabajo como expresión de la pobreza. El escolapio trabaja mucho, no sólo para sostener las obras dedicadas a los pobres, sino también porque sabe que el trabajo es la mejor expresión del voto de pobreza.
- La comunicación de bienes. La pobreza es compartir y no tener nada para uno mismo. La pobreza es transparencia económica y generosidad.
- La dimensión apostólica de la pobreza. Siendo pobres seremos creíbles en el anuncio del Evangelio.
- La dimensión política de la pobreza. La pobreza es también luchar para que no haya pobres, y para que las sociedades evolucionen hacia una justicia y fraternidad mayor. La pobreza es trabajar por el mensaje de “Fratelli tutti”
- Nuestra pobreza es elegida libremente y recibida como un don. Hay que saber buscar y vivir la clave de nuestra pobreza, y luego saber poner nombre a lo que debemos vivir.
2-Las preguntas de los jóvenes me ayudaron a entrar más a fondo en la visión que tenía Calasanz de la pobreza. Me llama mucho la atención lo que Nuestro Santo Padre dice en sus Constituciones: “Los religiosos amarán la venerable pobreza, madre de la exquisita humildad y de otras virtudes, como a la más firme defensa de nuestra Congregación; la conservarán en toda su integridad y se esforzarán en experimentar a veces sus consecuencias[3]”.
Las dos imágenes que utiliza Calasanz me hacen pensar mucho: “madre” y “firme defensa”. Quiero compartir con todos algunas intuiciones.
MADRE. La pobreza, si es madre, lo es porque engendra vida, porque cuida esa vida, la educa, la acompaña y la hace crecer. Esto es ser madre.
La pobreza es madre porque nos ayuda a amar desde el desapego de uno mismo, con creciente desprendimiento. Es madre porque ayuda a sus hijos a buscar el alimento auténtico que les va a sostener, que no tiene nada que ver con los bienes materiales. Es madre porque ayuda a construir relaciones fraternas, tanto en la comunidad como fuera de ella.
La pobreza es madre porque nos enseña los valores auténticos. Y en un mundo como el nuestro, tan preñado de egoísmo y materialismo, la pobreza nos ayuda a crecer en hospitalidad, a sentirnos más corresponsables de la suerte de los pobres, a asumir con creciente paz interior una de las pobrezas más fuertes que vivimos, y que no es otra que la de ser y sabernos minoría.
La pobreza es madre porque nos ayuda a valorar y cuidar nuestra mayor riqueza: la fe en Jesucristo. Nos damos cuenta de que esa fe, en muchos lugares, es crecientemente irrelevante. Pero eso no nos desanima, porque se trata de nuestra riqueza, y la queremos compartir.
La pobreza es madre porque, cuando en la Orden o en la Iglesia experimentamos el desprecio, la crítica, la ignorancia o incluso la persecución, nos ayuda a vivirlo como unión con Cristo, que fue el primero que lo vivió.
La pobreza es madre porque nos ayuda a comprender lo que significa la confianza en Dios. Es madre de la fe y fuente de alegría.
FIRME DEFENSA. Calasanz percibe la pobreza como un muro que defiende la vida de la Orden, como algo que nos protege. Hemos de pensar en ello. ¿De qué nos defiende la pobreza?
Pienso que, esencialmente, la pobreza nos defiende del riesgo de la mundanidad. La mundanidad, que tiende a valorar el prestigio, el poder, los recursos económicos, el “vivir bien”, es un reto que debemos saber combatir. De aquí surgen muchas tensiones y -en ocasiones- contradicciones, que debemos saber reconocer y trabajar.
La pobreza nos ayuda mucho a distinguir entre los medios necesarios para nuestra misión y los que necesitamos para nuestra vida. Y tenemos que reconocer que en algunas ocasiones -y en algunas comunidades- no hemos sabido diferenciar ambas cosas.
La vivencia de la pobreza exige transparencia, también en lo económico, en la rendición de cuentas, en el uso de los bienes. La pobreza nos ayuda a administrar bien nuestros bienes, teniendo claro que las prioridades deben estar siempre claras y cuidadas. Y entre ellas, merecen especial atención el cuidado de los ancianos y la formación de los jóvenes. Pensar en ellos, y no en nosotros mismos, también es un don de la pobreza.
La pobreza es, incluso, una defensa de la Institución. Como sabéis, la pobreza salvó la Orden en el momento de la reducción de 1646. La Orden no fue cerrada definitivamente, sino condenada a una “muerte lenta”, porque de haber sido cerrada, la autoridad que lo decidió debía hacerse cargo del sustento de los religiosos (y eran unos 500) si estos eran pobres y carecían de medios[4]. Por eso, la pobreza salvó la Orden.
3-Nuestras Constituciones nos alertan de algunas claves desde las que podemos cuidar nuestro voto de pobreza. Son muy concretas y significativas. Cito algunas de ellas: la austeridad de vida, el sometimiento a la ley común del trabajo, el uso equitativo y moderado de los bienes, el cuidado de las cosas comunes, nuestra generosidad al ofrecer a los demás nuestro trabajo y nuestro tiempo, la administración adecuada de nuestros bienes, nuestro compromiso con la justicia y los derechos humanos, etc. La clave es “ser pobres en espíritu y de hecho[5]”.
Esta afirmación, “en espíritu y de hecho” nos llama a la autenticidad. La pobreza es una opción espiritual que debe manifestarse en nuestra vida cotidiana. Porque es espiritual, es expresión de nuestra fe y de nuestra vocación. Y si lo es, debe verse en nuestro quehacer, en nuestras decisiones, en nuestro talante. La autenticidad es el criterio de verdad de la consagración religiosa.
4-El cuidado del voto de pobreza. Como los demás, el voto de pobreza debe ser bien cuidado, para poder vivirlo con creciente autenticidad. Creo que hay dos riesgos claros que tenemos que pensar, y en cada uno de los cuatro votos que profesamos: la tentación de rebajar sus exigencias y el descuido en no profundizar en su contenido y significado, que nos conduce a no aprender a ser pobres.
El voto de pobreza se rebaja, por ejemplo, cuando no nos cuestionamos nada de lo que vivimos, o cuando utilizamos el dinero común de manera irresponsable, o cuando pensamos que el dinero que nos dan es nuestro, o cuando caemos en la tentación de tener los mejores aparatos porque “es evidente” que los necesito y, sobre todo, cuando nos olvidamos de los pobres y dejan de formar parte de nuestra identidad real. Y de muchas otras maneras.
El voto de pobreza se descuida si no dedicamos tiempo y esfuerzo a pensar sobre él, a “aprender a ser evangélicamente pobres”. Hay que pensar más sobre las claves evangélicas asociadas a la pobreza: las bienaventuranzas; la espiritualidad de la confianza en Dios, que nos dará lo que necesitamos; la práctica de la fraternidad; la preferencia por los pequeños. Hablamos de la pobreza evangélica: aquí está nuestro voto. Y esta pobreza está asociada directamente a la solidaridad con los pequeños y con los pobres.
Para Calasanz, la vivencia de la pobreza pasa por luchar por la redención de los pobres. Una de las claves más importantes de la obra de Calasanz es “su mirada social”. Percibió la pobreza de las personas, la situación sufriente del pueblo y, sobre todo, de los niños, como un desafío al que él sentía que debía responder. Es muy interesante leer en sus Constituciones frases como ésta: “En casi todos los Estados la mayoría de sus ciudadanos son pobres[6]”. Esta afirmación procede de la experiencia, de lo que él vivía desde el fondo de su alma escolapia[7].
5-Añado una última reflexión. Estoy convencido que de uno de los dones más valiosos que nos ofrece la pobreza es el de la fidelidad vocacional: la perseverancia. La pobreza que nos libera de la seducción de los bienes materiales[8] nos ayuda a vivir con creciente fidelidad los compromisos vocacionales que hemos asumido. Tal vez lo hace porque nos ayuda a “distraernos menos” con las cosas, experiencias y aspiraciones que no necesitamos.
Me ilumina mucho la reflexión que hace el decreto conciliar “Ad gentes” cuando habla del misionero. Dice así: “No podemos responder a la llamada de Dios si no nos mueve el Espíritu Santo. El enviado entra en la vida y la misión de Aquél que se anonadó tomando la forma de siervo[9]. Por eso debe estar dispuesto a perseverar toda la vida en su vocación, a renunciar a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces, y hacerse todo para todos[10]”.
La afirmación es fuerte y clara: la perseverancia en una vocación que pide donación total se fortalece desde la dinámica de la renuncia de uno mismo, la renuncia a estar centrado en ti, y la opción de seguir a Aquél que te ha llamado. Y esto está en la base de los votos, de la consagración religiosa.
Calasanz estaba convencido de que la fidelidad a la vocación estaba absolutamente unida a la vivencia de la pobreza. Siempre luchó por este principio, conocedor como era del corazón del hombre. Sabía que, si el corazón del joven religioso sabía desprenderse del afán de tener para consagrarse sólo al afán de servir a Cristo y a los niños, la vocación escolapia se fortalecería.
Termino esta breve reflexión dejándoos una inquietud. El capítulo que nuestras Constituciones dedican a la pobreza termina invitándonos a descubrir nuevas formas de vivir la pobreza, en apertura al Espíritu, en sintonía con el carisma y con las exigencias de nuestro tiempo[11]. Puede ser bueno reflexionar sobre este reto: ¿qué nuevos modos podemos ir descubriendo de vivir nuestro voto de pobreza? Dejo la pregunta abierta. Ojalá podamos pensar juntos en todo esto.
Recibid un abrazo fraterno.
P. Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
[1] Constituciones de la Orden de las Escuelas Pías, número 63
[2] Filipenses 2, 5-11
[3] San José de CALASANZ. Constituciones de la Congregación Paulina, número 137
[4] Severino GINER: “Calasanz. Maestro y Fundador”. Ed. BAC, Madrid, 1992, páginas 1045-1046
[5] Constituciones de la Orden de las Escuelas Pías, número 69.
[6] San José de CALASANZ. Constituciones de la Congregación Paulina, número 198.
[7] Enric FERRER. “Una escuela para los pobres y la reforma de la sociedad: San José de Calasanz”. Revista “CORINTIOS XIII”, número164, octubre-diciembre de 2017, página 95.
[8] Constituciones de la Orden de las Escuelas Pías, número 63
[9] Filipenses 2, 7
[10] Concilio Vaticano II. Decreto Ad gentes divinitus, número 24.
[11] Constituciones de la Orden de las Escuelas Pías, número 75.
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Tomado de: Scolopi.org