Pensar nuestro Ministerio Escolapio (2ª parte)

Sigo adelante compartiendo con todos vosotros algunas reflexiones inspiradas en el capítulo tercero de nuestras Reglas, dedicado a nuestro Ministerio. No disimulo mi objetivo: que leamos este capítulo, muchas veces desconocido y poco estudiado, pero que contiene una extraordinaria riqueza para el conjunto de las Escuelas Pías. Como en la salutatio anterior, me fijaré en algunos puntos concretos que me parecen relevantes para nosotros.

1-Se dedican varios párrafos al educador calasancio. Y me llama la atención que la clave desde la que se presenta el valor del educador es el testimonio. Se define el testimonio de la vida de educador como proclamación silenciosa, contundente y eficaz de la Buena Noticia.

Todos lo sabemos por experiencia. Los alumnos aprenden muchas cosas en nuestras escuelas, pero lo que más valoran es el testimonio personal de sus educadores. Los recuerdos que les quedan son las personas de los escolapios y de los educadores que tuvieron y que, con su vida, les ayudaron a ser mejores.

Pienso que estamos ante un tema que debe ser muy tenido en cuenta en los procesos formativos de nuestros educadores. Estamos hablando de la autenticidad de vida, de maestros que vivan aquello en lo que educan, de personas dispuestas siempre a aprender. Nos viene bien destacar aspectos que consideramos fundamentales para configurar el perfil del educador que necesitamos en nuestras escuelas. Yo me atrevo a proponer cuatro aspectos importantes que debemos trabajar para que el testimonio de nuestros educadores sea realmente educativo.

  1. Educadores identificados: educadores convencidos de lo que tienen que hacer, seguros de que la orientación en la que queremos situar nuestras escuelas es adecuada. Educadores dispuestos a trabajar en esa dirección. Y, por supuesto, testigos auténticos y creíbles del estilo de vida que buscamos.
  2. Educadores dispuestos a aprender. Este es el gran desafío que tenemos todos. Yo al menos lo siento así, y lo siento en mí. Tengo que llevar adelante mi trabajo de un modo para el que no fui entrenado. Y es muy posible que esto nos pase a todos. Necesitamos educadores que no tengan miedo a explorar. Educadores que asumen que cada día es nuevo, y que buena parte de lo que aprendieron en sus años de formación está ya superado por sus alumnos. Pero quieren seguir aprendiendo. Esto es fundamental. A este dinamismo lo solemos llamar “formación permanente”.
  3. Educadores que trabajen juntos. Educadores que buscan juntos. Queremos educar en solidaridad, fraternidad, capacidad de buscar juntos. Y sabemos que el fin está en los medios como el árbol en la semilla. Quizá estemos ante uno de los retos más fuertes de nuestras escuelas: generar cultura de trabajo común, de pensar juntos por el bien de los alumnos que tenemos encomendados.
  4. Educadores centrados en el alumno. Estamos ante uno de los temas más significativos de nuestras escuelas. ¿Qué es el alumno para nosotros? Quiero explicar este tema haciendo referencia a una constante que experimento en todas las visitas que hago a los centros educativos escolapios, cuando tengo la preciosa oportunidad de encontrarme con los alumnos. Me suele gustar preguntar por los aspectos de la escuela de los que ellos están más contentos. Entre las respuestas, hay una que nunca falta: en esta escuela, los profesores nos conocen, saben quiénes somos. Les aseguro que, si esta respuesta no se diera, habría que cuestionar el carácter escolapio de la escuela.

Me gusta cómo se cierra este apartado sobre el educador calasancio en nuestras Reglas: con una referencia a las virtudes que hemos aprendido de Calasanz. Son estas: sencillez, pureza, humildad, pobreza y caridad[1]. El listón está bien alto.

2-Bajo el título de “Catequesis”, las Reglas nos ofrecen un precioso compendio de lo que podemos llamar la “Pastoral Escolar”. Lo que buscamos es “suscitar y robustecer la fe[2]”, “presentando el mensaje evangélico con máximo respeto y de forma progresiva[3]”. Cito los aspectos que se destacan de modo especial, y que es bueno que los tengamos en cuenta.

  1. La vida sacramental, sobre todo la Eucaristía y la Penitencia. Sabemos que no son muchos los sacerdotes escolapios en cada escuela, y esa realidad seguramente nos condiciona. Pero no debe impedir un renovado esfuerzo para que en que en nuestras escuelas se celebre frecuentemente la Eucaristía para nuestros alumnos y nuestras alumnas, y que esté abierta siempre la posibilidad de la confesión sacramental. No tengo ninguna duda en afirmar que en aquellos colegios en los que esta vida sacramental se cuida, el tono pastoral desde el que caminan es más rico y positivo. Y donde haya que hablar de “recuperar” esta dinámica, hagámoslo sin tapujos.
  2. La preparación y formación de los catequistas. Se pide especialmente que los superiores se preocupen de que haya escolapios especialistas en catequesis. Un objetivo que en otro tiempo se cuidó. Más tareas de recuperación.
  3. Se hace una especial referencia a la iniciación a la oración, y se cita concretamente la Oración Continua, “debidamente adaptada a nuestros tiempos[4]”. Estamos ante uno de los tesoros de la Orden, la Oración Continua. La Congregación General ha tomado la decisión de impulsar a fondo esta preciosa herencia calasancia, proponiendo un camino progresivo basado en tres opciones: formación, oferta de materiales y reflexión[5].
  4. Se propone el impulso de grupos y movimientos infantiles y juveniles como propuesta de crecimiento en la fe. Es la propuesta del Movimiento Calasanz, otro de los tesoros de la Orden. Es interesante leer los frutos que las Reglas esperan de este proyecto: que los niños y jóvenes se tomen en serio el compromiso de vivir según el Evangelio y puedan surgir vocaciones al servicio de la Iglesia, también sacerdotales y religiosas. La Congregación General impulsa el Movimiento Calasanz desde cinco proyectos diferentes y complementarios[6]: cultura vocacional, acompañamiento y trabajo en red, comunicación y difusión, formación de educadores y recursos compartidos.
  5. Se hace una apuesta por la formación de los padres de nuestros alumnos, para los que se pide una “pastoral específica[7]”. Hay que reconocer que, en general, estamos bastante lejos de haber dado una respuesta adecuada a este objetivo.
  6. El capítulo termina con una nueva referencia a la comunidad cristiana escolapia, que es quien debe asumir la responsabilidad de la tarea evangelizadora. Es muy interesante la insistencia en este tema, y muy iluminadora en este tiempo de sinodalidadque estamos llamados a vivir.

3-Las Reglas nos ofrecen una amplia doctrina sobre la escuela escolapia y las diversas plataformas en las que hoy podemos llevar adelante nuestro ministerio. El texto, insisto, es muy rico y vale la pena trabajarlo. Quiero destacar simplemente tres puntos que me parecen especialmente significativos hoy.

  1. En primer lugar, la importancia y prioridad de la escuela popular, especialmente conectada con el carisma del fundador. Todas las plataformas son importantes para el ejercicio de nuestro carisma y ministerio, pero la escuela es la prioritaria. Esto siempre ha estado claro entre nosotros. Las Reglas nos dicen que, salvo que se nos prohíba, no debemos abandonar nunca esta tarea[8].
  2. Aparece, desde diversas formulaciones, el concepto de “escuela a pleno tiempo”, formulación desde la que hoy tratamos de explicar cómo entendemos nuestras escuelas: como espacios de vida en los que nuestros alumnos crecen, de modo integral, en todas sus dimensiones. Se habla de la relación entre la escuela formal y la no formal, de la educación en el tiempo libre, del acompañamiento de los alumnos, del anuncio explícito del mensaje evangélico, de la innovación, de la inserción eclesial y social, etc. La apuesta que la Orden hace por una “escuela a pleno tiempo” promueve esa educación integral que está en la base de nuestro carisma y de nuestra tradición.
  3. Hay un reconocimiento explícito del carácter escolapio de otras plataformas de misión que van adquiriendo carta de naturaleza entre nosotros: los internados, los hogares, las iglesias, las parroquias, etc. Estamos recorriendo un interesante camino tratando de que estas plataformas de misión puedan crecer en identidad escolapia y hacer así su valiosa aportación a la riqueza y pluralidad de nuestro ministerio.

4-Quiero terminar estas dos cartas fraternas dedicadas a nuestro Ministerio con una cita explícita del número 149 de nuestras Reglas, que pone a la Orden, con entusiasmo y generosidad, al servicio de la misión “ad gentes” y nos propone el envío de religiosos y laicos al servicio de los pueblos más necesitados de una educación evangelizadora. Y la razón de fondo es clara: nuestra Orden debe estar siempre atenta a las llamadas de la Iglesia y de los pobres.

Recuerdo los tiempos en los que se discutía sobre si nuestra Orden es misionera o no. Siempre he creído que este debate no tenía demasiado sentido, porque el concepto “misión”, se entienda como se entienda, es central para las Escuelas Pías. La misión en contextos en los que fe es vivida y compartida, y debe ser cuidada pastoralmente; la misión en contextos o grupos en los que la fe se ha diluido y debe ser refrescada o vuelta a proponer, o la misión en contextos en los que la fe es desconocida o claramente minoritaria, y entonces hablamos del tradicional concepto de “ad gentes”.

Desde el principio hemos tenido esta conciencia de “corresponsabilidad misionera”, y así entendemos el primer envío realizado por Calasanz fuera de Italia, y otros en contextos protestantes. Y así vivimos las fundaciones realizadas a mediados del siglo XX en países muy minoritariamente católicos como Japón o Senegal.

No deja de ser fuerte, ni actual, la llamada del Concilio Vaticano II a las congregaciones religiosas de vida activa. Es cierto que se trata de un texto antiguo, y que el lenguaje de hoy es diferente, pero las preguntas del Concilio son impactantes. “Los Institutos de vida activa, por su parte, persigan o no un fin estrictamente misional, pregúntense sinceramente delante de Dios si pueden extender su actividad para la expansión del Reino de Dios entre los gentiles; si pueden dejar a otros algunos ministerios, de suerte que dediquen también sus fuerzas a las misiones; si pueden comenzar su actividad en las misiones, adaptando, si es preciso, sus Constituciones, fieles siempre a la mente del Fundador; si sus miembros participan según sus posibilidades, en la acción misional; si su género de vida es un testimonio acomodado al espíritu del Evangelio y a la condición del pueblo”[9]. Creo que nuestra Orden tiene al menos tres respuestas que está intentando dar, con fuerza y entusiasmo.

  1. Por un lado, el esfuerzo por cuidar y mantener nuestras misiones en contextos especialmente complejos como, por ejemplo, Japón. El formidable trabajo de la Provincia de Asia Pacífico para cuidar nuestra misión de Japón es digno del mayor elogio y valoración. Salvando las distancias, lo mismo podemos decir del crecimiento de la Orden en países en los que la Iglesia es muy minoritaria, como India o Senegal, por ejemplo.
  2. De otro lado, es claro que la Orden está abierta a nuevas presencias “misioneras” (utilizo el término en el sentido tradicional, porque nos ayuda a comprender). El Capítulo Provincial de Asia Pacífico ha reflexionado sobe la apertura de una misión en Tailandia, y estamos trabajando para recibir jóvenes vocacionales de lugares como Myanmar o Laos. Seguimos adelante, poco a poco, en este deseo de colaborar con el anuncio evangélico allí donde es menos conocido, y lo tratamos de hacer según nuestro carisma.
  3. Y, en tercer lugar, no hay que olvidar que ciertos contextos tradicionalmente católicos ya no lo son, y que el reto de anunciar el Evangelio adquiere siempre tintes nuevos en lugares insospechados.

No quiero dejar de decir que la escuela es una formidable plataforma de evangelización ad gentes, porque en ella están todas las posturas ante la fe. Y a todos podemos ofrecerles una respuesta. Siendo consciente del riesgo de simplificación, creo que podemos decir que hay diversas posturas ante la fe en el conjunto de nuestros alumnos, siempre dependiendo de los contextos y de las diversas situaciones. A modo de ejemplo:

  • Jóvenes creyentes, contentos de su fe y deseosos de crecer en ella, de compartirla y de orientar su vida desde ella.
  • Jóvenes abiertos a la fe, que pueden encontrase más o menos bien en contextos pastorales, pero que no la viven ni les atrae para plantearse posturas u opciones desde la fe.
  • Jóvenes negativos ante la fe, contrarios a ella, cerrados o lejanos por propia voluntad.
  • Jóvenes que nunca la han vivido y que no la tienen en su horizonte vital, pero pueden plantearse su búsqueda en función de las circunstancias que viven.
  • Jóvenes de otras religiones, que las viven de modo diverso.

¿Qué les podemos ofrecer a todos ellos? Sin duda, a los primeros hay que ofrecerles procesos de fe desde los que puedan vivir y orientar su vida como cristianos. A los segundos les ayuda mucho recibir propuestas atractivas desde las que puedan vivir aspectos importantes del ser cristiano, con el fin de acercarles poco a poco a los procesos globales que ofrecemos. Los terceros necesitan, sobre todo, sentir que tienen sitio entre nosotros, que son valorados y queridos y que pueden participar de muchas iniciativas escolapias. A los cuartos, los tenemos que acompañar a fondo, ofreciéndoles itinerarios abiertos que, quizá, les puedan ayudar a encontrase con Jesús, incluyéndoles en tantas propuestas que llevamos adelante. Los que profesan otra religión pueden y deben crecer entre nosotros como hermanos, respetados y convocados, para que aprendan que la religión no es una barrera que separa a los seres humanos. Y a todos, propuestas y experiencias en las que, juntos, aprendan a construir el mundo con el que sueñan. La escuela es una formidable plataforma de evangelización misionera.

Sigamos adelante. Sigamos reflexionando y abriendo nuevos horizontes.

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch. P.

Padre General

 

 

 


[1] Reglas Comunes de las Escuelas Pías, ed. 2022, numero 117.

[2] Reglas Comunes de las Escuelas Pías, ed. 2022, número 118.

[3] Reglas Comunes de las Escuelas Pías, ed. 2022, número 112.

[4] Reglas Comunes de las Escuelas Pías, ed. 2022, número 121.

[5] Congregación General de las Escuelas Pías. Hoja de Ruta 2022-2028, páginas 43-44.

[6] Congregación General de las Escuelas Pías. Hoja de Ruta 2022-2028, página 40.

[7] Reglas Comunes de las Escuelas Pías, ed. 2022, número 123.

[8] Reglas Comunes de las Escuelas Pías, ed. 2022, número 125.

[9] Concilio Vaticano II. Decreto “Ad gentes”, sobre la actividad misionera de la Iglesia, número 40, año 1965,