Vivir en proceso

No hay ninguna duda de que uno de los documentos fundamentales que aprobó nuestro 48º Capítulo General fue el renovado Directorio de Formación Permanente. Se trata de un documento institucional que necesitará su tiempo para ir impregnando poco a poco la vida de las Escuelas Pías y generar un dinamismo de renovación que podríamos sintetizar así: “hacer de las Escuelas Pías una comunidad de aprendizaje[1]”. Creo que esta es una de las claves desde las que la Orden debe tratar de abordar el gran desafío de la Formación Permanente, y que nuestro directorio expresa con una palabra muy exigente y propia de nuestra vocación: el desafío de la “docibilitas”, que quiere decir “estar en disposición de aprender, desear aprender”.

Me parece que esta propuesta que nos hacemos a nosotros mismos, “estar en disposición de aprender”, es audaz y exigente, y está llamada a generar un dinamismo profundo de cambio y renovación, si nos atrevemos a sacarle todo el jugo que lleva dentro. Si la entendemos bien, podremos acercarnos a la comprensión de la Formación Permanente como un proceso integral de crecimiento y fidelidad vocacional que se vive de modo personal, se comparte de modo comunitarioy se impulsa de modo institucional.

Estas son las tres dimensiones desde las que quiero abordar el tema en el pequeño espacio que permiten una salutatio: algo que vivimos de modo personal, que compartimos de modo comunitario y que se impulsa de modo institucional. Vamos allá. Para cada una de estas tres dimensiones de la Formación Permanente me voy a basar en un texto inspirador.

Para la primera, la personal, he elegido un texto de la Escritura. Dice así Pablo, en su carta a los Efesios: “Que el Padre os fortalezca con su Espíritu de modo que podáis crecer en el hombre interior, para que Cristo habite en vuestros corazones y podáis así vivir arraigados y fundamentados en el amor[2]. Es una preciosa definición del proceso espiritual que estamos llamados a vivir. Efectivamente, creo que vivir en proceso es, ante todo, un desafío espiritual.

Comprender la vida como proceso es un reto en todas las etapas de nuestro camino. Incluso cuando vamos siendo mayores. A menudo pensamos que cuando llegamos a una cierta edad, ya tenemos la vida organizada y nada puede ocurrir que nos cambie, o que nos abra a nuevas posibilidades. Y eso no es así. Dios es siempre una sorpresa, y la fe en Dios nos pide que tengamos siempre el alma bien dispuesta para acoger sus llamadas. Calasanz es un buen ejemplo.

Nuestro Santo Padre descubrió su vocación cuando tenía unos cincuenta años, una edad en la que las cosas están -o deben estar- bastante definidas. Él ya era sacerdote, pero ni era religioso, ni había descubierto la educación, ni se había lanzado a la apasionante -y sorprendente- tarea de fundar una Orden religiosa. Pero los niños le cambiaron el horizonte de su vida, y gracias a eso, todos nosotros estamos aquí y la Iglesia quedó enriquecida con un nuevo carisma, el carisma de Calasanz, y con una nueva Orden religiosa que cambió absolutamente el panorama social y religioso de su época.

Yo pienso que eso nos tiene que ayudar a todos a ser conscientes de que la vida nunca está terminada y que Dios siempre da nuevas oportunidades. Hay acontecimientos en nuestra vida que, si los vemos con ojos de fe, son llamadas que nos proponen nuevas respuestas. Dios, nuestro Padre, siempre piensa en nosotros y se acerca a nuestra vida para cambiarla y enriquecerla. Esta es la fe cristiana. Quisiera proponer tres actitudes que nos pueden ayudar a vivir esta dimensión de “proceso personal de crecimiento”.

    1. La primera procede de una convicción: la llamada de Jesús a seguirlo no ocurre solo una vez; se recrea y activa a lo largo de la vida cotidiana. Dios no nos llama a cambiar de vocación, pero sí nos pide no congelarla ni convertirla en algo que controlamos nosotros. La vocación es una llamada permanente, y comprenderla como si todo estuviese en nuestras manos contradice su propia esencia, y contradice el papel de la fe y de la gracia. Un buen ejercicio espiritual es atreverse a leer la propia historia -larga o corta- para hacernos más conscientes del camino que vamos recorriendo.
    2. La segunda consiste en no dar por supuesto que ya utilizamos las mediaciones adecuadas para mantenernos “vivos en la vocación”. Nosotros somos educadores, y tratamos de transmitir a nuestros jóvenes lo que es la auténtica vida espiritual pidiéndoles que no la reduzcan a ciertas prácticas, por buenas que éstas sean. Pero nos olvidamos de que nosotros podemos tener el mismo riesgo. Incluso en una vida formalmente religiosa podemos acostumbrarnos a reducir la experiencia de Dios a determinados espacios y momentos, sin vivirlo como lo que centra y organiza toda la vida y energías del yo personal. Creo que a todos nos ayuda una actitud existencial de apertura, una vida que acepta lo que el Papa Francisco llama “saber vivir en desequilibrio”[3].
    3. La tercera está inspirada en una enseñanza que recibo permanentemente de los jóvenes escolapios: escuchar. Me impresiona cómo escuchan, cómo quieren aprender, cómo recuerdan todo lo que han escuchado en una visita, en un diálogo personal, en un retiro. Me sorprende cómo vienen al encuentro personal, armados de cuaderno y bolígrafo, dispuestos a anotar una idea o sugerencia que les pueda ayudar. Me impacta su trabajo espiritual, que en algunos lugares llaman “hacer la cosecha”, en la que aprenden cada día a escribir y sintetizar aquellas reflexiones o mociones que les han hecho pensar o rezar. Esto es “viviratentos a la voz de Dios, que es voz de espíritu que va y viene, toca el corazón y pasa; no se sabe de dónde venga o cuándo sople, por lo que importa mucho estar siempre vigilante para que no venga improvisamente y pase sin fruto[4].

Me quiero referir a la dimensión comunitaria de la Formación Permanente con un texto inspirado en el capítulo tercero de nuestras Constituciones: “En nuestra vida comunitaria nos animamos unos a otros a vivir fielmente las exigencias de nuestro bautismo y de nuestra consagración religiosa, con espíritu de conversión interior, procurando que el ambiente comunitario sirva a cada uno para dar respuesta fiel a la propia vocación.[5]”Voy a tratar de acercarme a la comunidad como espacio de formación permanente desde tres perspectivas diferentes.

    1. La primera, aceptar y comprender el doble reto que tenemos ante nuestra vida comunitaria. Tenemos dos viajes que hacer, y ambos al centro: devolver a la comunidad el valor vocacionalmente nuclear que debe tener, y trabajar para que la comunidad se articule en torno al único centro, Cristo Jesús el Señor. Son dos viajes simultáneos. El primero tiene que ver con una llamada a la conversión que nos tenemos que hacer: superar ciertas tentaciones utilitaristas o simplificadoras de la comunidad, que tienden a verla simplemente como un “modo de vida” o algo “en la práctica secundario”, para situarla en su lugar real: sin una experiencia comunitaria rica y cuidada no hay una experiencia vocacional escolapia rica y cuidada. Y para esto, es fundamental el segundo viaje: centrar la vida comunitaria en Cristo y en nuestra experiencia de fe. Este es el tesoro que compartimos y que somos llamados a transmitir.
    2. La segunda consiste en comprender la comunidad como un espacio fraterno en la que cada uno podemos y debemos ayudar al otro a crecer en su vocación. Es propio de la comunidad acompañar el proceso de cada uno de sus miembros. Este no es sólo un “trabajo del rector”, sino de la comunidad. Porque es de la comunidad, es prioridad del rector. Pero es de todos. Sólo así avanzaremos en entender lo que dice el nuevo Directorio de Formación Permanente: “la finalidad de la comunidad es conducir a la plena madurez, según su vocación, a todos y cada uno de los religiosos que la componen[6].
    3. En tercer lugar, creo que tenemos que avanzar en comprender la comunidad como un espacio de formación. Son muchas las mediaciones que podemos utilizar para desarrollar esta dimensión. Pongo algunos ejemplos: dedicar reuniones a compartir libros que hemos leído; invitar a personas interesantes a reflexionar con nosotros; leer en comunidad documentos de interés; impulsar decididamente el proceso sinodal de nuestra Iglesia; compartir la Palabra de Dios; ofrecer a los hermanos la homilía; compartir constantemente aquellas ideas o experiencias que nos han enriquecido, etc. La idea es clara: en la comunidad podemos contribuir a nuestra formación, o podemos perder esta oportunidad banalizando nuestro tiempo compartido.

Completo esta reflexión con la tercera dimensión de la Formación Permanente, la institucional.  Para introducirla, he elegido un texto de nuestras Reglas: “Nuestra vida consagrada exige que, con diligencia suma y esforzado interés, persigamos incansables la maduración de nuestra vocación, que adoptemos posturas evangélicas ante los cambios de la sociedad actual y que, por nuestra continuada renovación, movamos a los niños y jóvenes a integrarse en nuestras comunidades y a consagrarse a nuestras actividades apostólicas. Para dar respuesta a esta triple instancia, debemos tomar en serio nuestra formación, secundando las directrices del Directorio de Formación Permanente. Ésta debe ser objeto de un compromiso personal e irrenunciable que nos mantenga y renueve en nuestra vocación escolapia[7].

Nuestro directorio insiste en que la Formación Permanente tiene una importante dimensión institucional, relacionada directamente con la renovación de las Escuelas Pías, con la capacidad que tenemos que poder seguir dando respuestas adecuadas a las nuevas situaciones. El 48º Capítulo General nos invita a estar atentos a la renovación de nuestra “cultura de Orden”. Todas las instituciones tienen una cultura, que se refiere a los valores y prácticas que dan sentido al quehacer de cada una de ellas. Estos valores y convicciones se consolidan y se transmiten a los nuevos miembros de la institución, y provocan la necesaria coherencia institucional. Pero ningún grupo puede comprender su cultura como algo inamovible y ajeno a las nuevas situaciones en las que este grupo vive. Por eso es necesario entrar en la reflexión sobre el “cambio cultural”. Y aquí entra de lleno la Formación Permanente[8]. Destaco tres aspectos que es bueno tener en cuenta para una adecuada comprensión de la dimensión institucional este “vivir en proceso” al que nos estamos invitando.

    1. En primer lugar, es fundamental comprender que el proceso de renovación necesita de tres claves imprescindibles: clarificar cuáles son los valores en los que creemos y que queremos desarrollar, cuáles las opciones desde las que podemos llevarlos adelante y cuáles los modos desde los que poner en marcha las opciones[9]. Esta es la triple tarea del equipo que dirige la Provincia o la Orden.
    2. En segundo lugar, es importante dar nombre a las visiones reduccionistas que en ocasiones hemos tenido de este apasionante proceso. Quizá la más clara es reducir la Formación Permanente a “actualización” o a “ciertas actividades de “puesta al día”. No discuto que sean necesarias, pero estamos hablando de algo más. Tenemos que acercarnos a una visión más integral del proceso personal, y para ello es muy importante escuchar al Capítulo: “entender la formación permanente como un proceso integral de crecimiento vocacional, desde un adecuado acompañamiento de las personas y comunidades[10]”.
    3. Y de aquí emerge la tercera apuesta, que me parece central y profética: el acompañamiento. Todo lo que hagamos para potenciar esta dinámica en nuestra vida será siempre bueno. Y el primer paso es aceptar, reconocer y buscar que es bueno ser acompañados. Muchas veces hablamos de que necesitamos superiores que acompañen, y es bien cierto. Pero nos olvidamos de que desear y buscar ser acompañados es la llave de este proceso. Avancemos por este camino, que es, sin duda, certero y portador de vida y de autenticidad.

Termino volviendo al texto paulino inicial. Dar espacio en la vida al trabajo interior y al crecimiento vocacional nos ayudará a comprender “cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo. Sólo así nos desbordará la plenitud misma de Dios[11].

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch. P.

Padre General

 

[1] CONGREGACIÓN GENERAL. Directorio de Formación Permanente n.17. Ephemerides Calasanctianae IV, mayo de 2022, página 1346.

[2] Ef 3, 16-17

[3] FRANCISCO. Diálogo con los jóvenes en formación religiosa y sacerdotal en Roma, el 24 de octubre de 2022, en el aula Pablo VI.

[4] SAN JOSÉ DE CALASANZ. Carta 131 del 22 de noviembre de 1622. Opera Omnia volumen 1, página 169

[5] CONSTITUCIONES DE LAS ESCUELAS PÍAS, n. 26b y 28b.

[6] CONGREGACIÓN GENERAL. Directorio de Formación Permanente n.23. Ephemerides Calasanctianae IV, mayo de 2022, página 1348

[7] REGLAS de la Orden de las Escuelas Pías n. 209

[8] CONGREGACIÓN GENERAL. Directorio de Formación Permanente n.18. Ephemerides Calasanctianae IV, mayo de 2022, página 1346.

[9] CONGREGACIÓN GENERAL. Directorio de Formación Permanente n.19. Ephemerides Calasanctianae IV, mayo de 2022, página 1346.

[10] CONGREGACIÓN GENERAL. “48 Capítulo General. Documento capitular”. Ed. Calasancias, colección CUADERNOS n. 65, Clave de Vida n.9, página 75.

[11] Ef. 3, 18-19