Nuestro Santo Padre

Queridos hermanos:

Esta es la última salutatio que escribo como Padre General de la Orden, y he pensado dedicarla, como no podría ser de otro modo, a Nuestro Santo Padre, San José de Calasanz. Durante dieciséis años he tenido el inmerecido honor -y reto- de acompañar las Escuelas Pías, y siempre he sabido que mi tarea y servicio a la Orden tenía un modelo claro: nuestro santo fundador. Por eso quiero dedicarle esta última carta fraterna, proponiéndoos cinco aspectos de la vida de Calasanz que nos pueden ayudar a encarnar su vocación de manera más auténtica. Estos son los que he elegido: sacerdote, educador, religioso, fundador y santo. Son cinco facetas de Calasanz sobre las que es bueno que pensemos un poco.

SACERDOTE. Me gustaría tratar de acercarme -humildemente- al pensamiento de nuestro fundador sobre el sacerdocio basándome en la carta que escribe a uno de sus hijos escolapios. Tengo especial cariño a la carta 4.572, dirigida a un joven sacerdote escolapio, y escrita el día 30 de julio de 1648. Es decir, Calasanz escribió esta carta siendo muy anciano, ya a las puertas de su muerte. Es una carta breve, pero extraordinaria.

Dice así: “Agradezco a V. R. el piadoso afecto que muestra en su carta hacia mí y hacia nuestro Instituto. Que el Señor le recompense con bienes espirituales y le dé la gracia de conocer la dignidad sacerdotal y le dé la humildad y reverencia que merece tan alto ministerio y sacramento. Y alabo mucho la prontitud que manifiesta en servir a Dios bendito en nuestro Instituto, donde será llamado por el mismo Dios, el cual bendiga a todos y dé la abundancia de su gracia[1]”. Me quiero fijar especialmente en tres acentos propuestos por Calasanz que nos pueden ayudar para comprender su visión del sacerdocio.

En primer lugar, el momento en el que está escrita. Calasanz sabe que está a punto de terminar su peregrinación terrena, y sabe que la Orden ha sido reducida por mandato papal. Pero está convencido de su sueño, de su proyecto, y del amor de Dios por los niños y jóvenes, sobre todo los más pobres. En este momento de su vida, Calasanz no va a escribir una carta sobre temas sin importancia. Muy al contrario, yo veo en esta carta un pequeño testamento de Calasanz sobre el sacerdocio escolapio,

En segundo lugar, me parece extraordinaria la propuesta que hace a este joven para que pueda vivir con autenticidad el sacerdocio. Le desea que el Señor le dé la gracia de conocer (en el lenguaje de Calasanz significa experimentar) la dignidad sacerdotal. Y le indica el camino: la reverencia y la humildad. Son dos pistas formidables: la reverencia, es decir, el “temor de Dios”, la experiencia de que Dios es “siempre mayor”, la profunda experiencia de saberse en sus manos, pequeño ante el misterio de Dios; y la humildad (en el lenguaje de Calasanz el abajamiento) para reconocer la propia limitación junto a la misericordia recibida de Dios, que le concede el inmerecido don del sacerdocio.

En tercer lugar, le desea “prontitud en servir a Dios en nuestro Instituto”. La dedicación a nuestro Instituto es la educación de los niños y jóvenes, sobre todo los pobres. Calasanz asocia inseparablemente el “servir a Dios” con “la entrega a la educación de los pequeños”. ¡Es un maravilloso testamento! Calasanz no concibe el ministerio escolapio desvinculando el ejercicio sacerdotal y la educación de los pobres. Muy al contrario, el sacerdote escolapio es un hombre que trata de vivir en presencia de Dios al que sirve con reverencia en los misterios sacramentales y al que se abaja en contacto con los pequeños y los pobres.

EDUCADOR. Calasanz convirtió la educación en un cuarto voto que propuso a todos los escolapios. Es importante tratar de descubrir por qué lo hizo así. Yo creo que esta opción tiene mucho que ver con su lectura espiritual de la afirmación del Señor sobre los niños: “El que recibe a uno de estos, los más pequeños, en mi nombre, a Mí me recibe[2]”. Esta es la clave de la vocación educativa de Calasanz, que es propuesta por el fundador a todos los educadores escolapios.

Nos podemos acercar a la visión que Calasanz tenía de nuestro ministerio insustituible desde diversos puntos de vista. Yo quiero elegir dos para esta carta fraterna, porque creo que son dos claves esenciales que hoy se nos plantean como propuesta y desafío.

La primera es el “abajamiento”. Es una preciosa convicción de Calasanz, expresada en una de sus cartas más conocidas. Dice así: ““La strada o vía más breve y más fácil para ser exaltado al propio conocimiento y desde él a los atributos de la misericordia, prudencia e infinita paciencia y bondad de Dios es el abajarse a dar luz a los niños, y en particular a los que son como desamparados de todos.[3]”. Hay muchos subrayados calasancios en esta carta, de la que he citado solo un párrafo, pero yo quiero destacar solamente uno: saber estar cerca de los niños y de los jóvenes, a su altura, para caminar con ellos y poder ser así el educador que ellos necesitan. Este es el camino del escolapio.

La segunda nota que quiero destacar es clara en Calasanz: los pobres. A lo largo de nuestros cuatro siglos de historia hemos dedicado nuestra misión a niños y jóvenes de muy diversa condición, pero nunca hemos dejado de tener como referencia a los pobres. Sin embargo, es seguro que los desafíos de los pobres siguen, y seguirán, llamando a nuestra puerta y a nuestra conciencia de hijos de Calasanz. Estamos ante un reto que nos desafía más profundamente.

La Escuela Escolapia no puede olvidar nunca que nace preferencialmente para los pobres, y que debe trabajar para que todos crezcamos en una convicción: hay que educar para crear otra sociedad y promover otro modo de entender el ser humano en el que prime la fraternidad. La Escuela Escolapia nace de un hombre que supo mirar a los niños como Dios los mira.  Educamos para contribuir a construir un mundo más justo y fraterno, que se acerque a los valores del Reino de Dios anunciado por Jesucristo. Por eso tratamos de que nuestro proyecto educativo (integral, inclusivo, configurado desde el Evangelio y abierto a todos), encarnado por instituciones y personas identificadas y convencidas, crezca y se desarrolle entre los pobres, también entre las periferias crecientemente abundantes de nuestras diversas e interculturales sociedades.  Estamos ante un camino que debemos seguir recorriendo.

RELIGIOSO. Hay una frase de Calasanz que la he visto escrita en las paredes de varios de nuestros colegios y que pienso que expresa muy bien su experiencia de religioso consagrado y las claves desde las que decidió trabajar tanto -luchar, diría yo- para que sus Escuelas Pías fueran configuradas como una Orden religiosa. Dice así Calasanz: “Nada le has dado a Cristo si no le has dado todo tu corazón”[4].

Calasanz nos propone una vida consagrada portadora de humilde plenitud, en la que el centro es Cristo, y en Él y en su seguimiento ponemos todos nuestros afanes, deseos y amor, así como nuestra libertad. El religioso sabe que es llamado a darlo todo, y sabe también que es incapaz de hacerlo, y por eso comprende su vida como un humilde y sincero intento. Siempre me llamó la atención cómo presenta la Vida Consagrada el Concilio Vaticano II: “Siempre ha habido hombres y mujeres que han intentado seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo con mayor precisión[5]”. La Vida Consagrada es “un intento de algo más”.

Quisiera ofrecer tres pequeñas sugerencias que son hoy especialmente importantes en este nuestro “intento”: pasión, comunidad y novedad.

Nuestra Vida Consagrada necesita pasión. Pasión por Cristo, pasión por la misión, pasión por la autenticidad vocacional. Sólo desde la pasión se puede comprender la perseverancia como un horizonte posible, y sólo desde la pasión se puede vivir la rutina de cada día haciendo “ruta”. Sólo desde la pasión se pueden vivir con creciente equilibrio las diversas dimensiones de nuestra vocación, y sólo desde la pasión se puede vivir la vida toda deseoso de acompañar la vocación de aquellos que van llegando a las Escuelas Pías. Sólo desde la pasión se puede vencer el miedo al profetismo y se puede resistir a la acomodación. Calasanz era un apasionado por la educación, por los pobres, por la oración, por la comunidad. “Todo tu corazón”.

Nuestra vida comunitaria. No nos reunimos en comunidad por lazos de carne o de sangre, ni por razones de eficacia en la misión, aunque es evidente que la comunidad ayuda. Vivimos en comunidad porque somos hermanos, convocados a compartir la misma experiencia vocacional y carismática. Personas de diferentes edades, culturas, sensibilidades y modos de pensar nos reunimos para caminar juntos según la vocación recibida. Por eso es absolutamente necesario volver a entender hoy, de modo nuevo, algo que hemos escuchado desde los comienzos de nuestro camino vocacional: la vida comunitaria es a la vez don y tarea. La recibimos como regalo, y la construimos día a día. Calasanz ya experimentó que no es un don fácil de encarnar.

Me gustaría expresar mi tercera sugerencia con la palabra “novedad”. La misión central de la Vida Consagrada es recordar a la Iglesia que lo realmente importante es Cristo. Esta es la misión: testimoniar a Cristo. Por eso, la Vida Consagrada tiene siempre algo de contracultural, de riesgo, de novedad, incluso de incomodidad. Calasanz comprendió bien lo difícil que era para la Iglesia entender su proyecto y su forma de vida. Pero siguió adelante porque no puso su horizonte en la búsqueda de una fácil adaptación, sino en la fidelidad a un carisma que, por definición, siempre es más grande que la institución. Por eso, cuando la institución entró en crisis, la respuesta de Calasanz fue el carisma: “sigan trabajando por los niños, confíen en Dios, manténganse unidos y no pierdan la alegría[6]”.

FUNDADOR. Calasanz es el fundador de las Escuelas Pías, pero no sólo en pasado, “el que fundó”, sino en presente, “el que las sigue fundando”. Me gusta leer desde esta perspectiva al punto inicial de nuestras Constituciones, en el que definimos nuestra familia religiosa: ““La familia religiosa escolapia, con actitud humildemente agradecida, se reconoce como obra de Dios y del afortunado atrevimiento y tesonera paciencia de San José de Calasanz. Porque él, bajo el soplo del Espíritu, se entregó en cuerpo y alma a la educación cristiana de los niños, especialmente a los pobres, en espíritu de inteligencia y piedad”[7]

Creo que esta es la clave desde la que afirmó que “no hay que dar el hábito más que a personas que tengan alma de fundador[8]”. Y desde esta clave podemos comprender bien qué significa la espiritualidad de la construcción de las Escuelas Pías. Los escolapios, todos, debemos ser constructores de Escuelas Pías, es decir, fundadores. Por eso es importante desentrañar, con mirada certera, las claves de ese número inicial de nuestras Constituciones. Así podremos sentirnos convocados a seguir construyendo.

  1. El humilde agradecimiento a Dios, nuestro Padre, reconociéndonos pequeños y pobres, pero deseosos de dar la vida por su Reino.
  2. Somos obra de Dios. La vida de la Orden no procede esencialmente de nuestro trabajo, sino del favor de Dios. Por eso es necesario orar incesantemente por las Escuelas Pías.
  3. Audacia y Paciencia La inteligente combinación de estas dos actitudes está en el fondo de lo que somos y de lo que somos llamados a hacer. La primera sin la segunda son fuegos artificiales; la segunda sin la primera son respuestas innecesarias.
  4. Abiertos al Espíritu. Nunca olvidemos esta afirmación de Calasanz: “la voz de Dios es voz de espíritu que va y viene, toca el corazón y pasa; no se sabe de dónde venga o cuándo sople; de donde importa mucho estar siempre vigilante para que no venga improvisamente y pase sin fruto[9]”.
  5. Entrega en cuerpo y alma. Sólo hay un modo de ser escolapio: a fondo, en plenitud. Cada día, cada alumno, cada trabajo, cada servicio, cada Eucaristía, cada oración. No somos llamados a una vida de rutina, sino a una vida de creación.
  6. La educación integral, el ministerio compendio de todos los demás; un ministerio insustituible.
  7. Especialmente a los pobres, a aquellos que tienen menos posibilidades, aquellos que son los preferidos de Calasanz porque son los preferidos de Dios.
  8. En espíritu de inteligencia y piedad. Es decir, confiando en Dios y haciendo las cosas bien. Recordemos al fundador: “Si nuestra Obra se lleva a cabo con el esmero debido, es indudable que continuarán las insistentes peticiones de fundación en numerosos estados, ciudades y pueblos, como se ha venido comprobando hasta el presente[10].

SANTO. Esta es la quinta y última clave desde la que quiero acercarme a Calasanz: su santidad. Ciertamente, cuando contemplamos a Calasanz, en su vida y en su obra, vemos la presencia de Dios en él, vemos a un hombre que trató de vivir buscando el querer de Dios. Y esto es la santidad, algo a lo que todos somos llamados: “la voluntad de Dios es que seamos santos[11]”.

Recuerdo que el Papa Francisco nos dice que “todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra[12]. Tal vez una de las mayores enseñanzas que podemos recibir de Calasanz es contemplar cómo supo vivir desde la centralidad de Jesús en su vida, integrando de modo precioso el cuidado de la vida de oración, el esfuerzo por construir comunidad, la entrega generosa -sin descanso- a los niños, el amor por la Orden, el cuidado de la vida cotidiana, el propio proceso personal, su amor por la Iglesia… Calasanz es, sin duda, un bello ejemplo de que es posible vivir la vida desde un apasionado equilibrio vocacional.

El pueblo de Dios tiene un olfato certero para reconocer en algunas personas su testimonio de que sólo Dios basta. Los santos y santas canonizados son preciosas ayudas que la Iglesia nos da para descubrir pistas que nos acerquen a Dios en nuestra vida cotidiana. Pero la santidad es un horizonte para todos y es un don ofrecido a todos. Por eso, cuando oramos en la memoria de Calasanz, decimos así: “Señor Dios nuestro que has enriquecido a San José de Calasanz con la caridad y la paciencia para que pudiera entregarse sin descanso a la formación humana de los niños, concédenos, te rogamos, imitar en su servicio a la verdad al que veneramos como maestro de sabiduría”. Calasanz es nuestra inspiración, y por eso pedimos a Dios que nos conceda el don de imitarle, para poder ser, con toda humildad, un nuevo Calasanz.

Termino con esta carta mi servicio a la Orden como Padre General. A todos, gracias y, con todos, seguiremos caminando.

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch.P.
Padre General

 

Tomado de: Scolopi.org
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[1] San José de Calasanz. Opera Omnia vol. VIII, página 481.
[2] Mc 9, 37
[3] San José de Calasanz. Opera Omnia, vol. III, página 235
[4] San José de Calasanz. Opera Omnia, vol X, página 394.
[5] Concilio Vaticano II. Decreto “Perfectae Caritatis”, n. 1
[6] San José de Calasanz. Opera Omnia vol. VIII, página 273.
[7] Constituciones de la Orden de las Escuelas Pías, n.1
[8] San José de Calasanz. Opera Omnia, vol. VIII, página 39.
[9] San José de Calasanz. OPERA OMNIA. Capítulo 1, página 169. Carta de 23 de noviembre de 1622.
[10] San José de Calasanz. Constituciones de la Congregación Paulina, 175.
[11] IITes 4, 3
[12] FRANCISCO. “Gaudete et exultate” n. 14, 19 de marzo de 2018

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