Así pues, esta es la Salutatio que menos trabajo me ha dado escribir. Gracias a los hermanos que han trabajado en ella y que nos ayudan a comprender algunos de los caminos que podemos recorrer para crecer en una vida consagrada centrada en Cristo, para una vivencia integral, equilibrada, mística y profética de nuestra vocación. ¡Buena lectura!

La alegría y la disponibilidad de la pobreza (Lc 2, 6-7). Somos ‘Pobres de la Madre de Dios’ y reflejamos nuestra alegría uniéndonos al Magníficat de nuestra madre de la que nos sentimos verdaderos hijos. Recuperar la sencillez de nuestra vida, que se visibiliza en los lugares en los que tenemos nuestras casas, nuestro estilo sencillo de vida y un testimonio de vida austero, ayudan nuestro sentido de filiación. Más que una opción por los pobres estamos llamados a ser pequeños que se pueden identificar con los pequeños, pobres con los pobres, especialmente, abajándonos a los niños que siguen llamándonos y convocándonos. Esta vivencia de la pobreza genera dinamismos de presencia efectiva entre los necesitados y el cuidado de la Casa común por medio de iniciativas concretas con el medio ambiente y la utilización solidaria de los recursos.

El testimonio de vida y la formación continua (Lc 2, 34-35ª.39-40). El dinamismo evangelizador más eficaz es el propio testimonio de vida. Estamos llamados a ser ‘signo’, personal y comunitariamente, y mostrar autoridad aunando discurso y vida. Gestos, palabras y obras nos dan crédito, aunque supongan cierta incomodidad social: la dimensión profética de nuestra vocación debe manifestarse en la valentía evangélica de nuestras palabras y nuestras acciones. La compasión, al estilo de Jesús, con nosotros mismos y con los demás, favorece vivirnos con coherencia. Una acertada formación en las diferentes dimensiones personales nos ayudará a crecer en un camino de integridad y sabiduría (santidad) a imagen de nuestro santo fundador ofreciendo una imagen más nítida de Cristo. El discernimiento y el propio conocimiento (Lc 2, 48-52). Ambas experiencias son un modo de vida abierto a la presencia de Dios en nosotros, en nuestra historia y en la realidad. Vivir el dinamismo del discernimiento es estar abierto al Espíritu Santo en nuestras vidas. El acompañamiento personal y comunitario, la lectura creyente de la realidad, las decisiones consensuadas comunitariamente, y una cercanía cordial a la Palabra de Dios y a los sacramentos serán caminos óptimos de crecimiento para nosotros. El estudio de los escritos y la empatía espiritual con nuestro fundador serán de una ayuda determinante.

Consagrados para la misión y un ministerio propio (Lc 4, 17-21). Vivimos nuestra vida consagrada y todas sus dimensiones desde la misión escolapia a la que hemos sido convocados: anunciar el evangelio a los pequeños. Somos en nuestros ambientes memoria misma de Cristo. La vivencia de los votos nos muestra disponibles, unidos y centrados en los otros; ofrecemos un testimonio de gratuidad asumiendo la lógica de la gracia, desplegando nuestros talentos en servicio de un ministerio propio: evangelizar a niños y jóvenes, especialmente en situaciones de diversas pobrezas, por medio de una educación liberadora (de la ignorancia y del pecado) que provoque la transformación personal y social. La novedad con que afrontemos la misión y el acierto para poner a cada uno según sus dones nos posibilitará una vida feliz.

Renovamos nuestra misión y renovamos nuestra respuesta vocacional (Lc 5, 4-5.10-11). Estamos invitados por Jesús a seguir echando las redes ‘en su palabra’ dejando de lado el cansancio y la lógica de nuestros proyectos. Una misión renovada nos llevará necesariamente a salir y poblar con nuestro carisma las periferias existenciales; actualizando nuestra vocación renovamos nuestra respuesta. Hemos de redescubrir itinerarios personales y comunitarios de renovación de nuestra misión, atendiendo la nueva realidad de las comunidades (intergeneracionales, interculturales, ‘intervocacionales’, de pocos miembros…) y la nueva realidad personal (gran número de mayores o de jóvenes, procesos formativos inconclusos, aspiraciones vocacionales…).

Ejercemos la misericordia y propiciamos la salud de los niños/jóvenes (Lc 7, 12-15). Nuestra consagración tiene una dimensión curativa, somos escogidos por Gracia para ser instrumentos de la misma. Cuantos más canales propiciemos para expresar y vivir la misericordia más se enraíza y crece nuestra consagración. Esta misericordia estamos llamados a expresarla, en primer lugar, en la propia casa, con nuestros hermanos de comunidad, siendo creativos para vivirla cada día. Igualmente, los segundos destinatarios son los niños, adolescentes y jóvenes a los que servimos, esta cercanía y compasión manifestada con palabras, gestos, obras y oración hacen que mientras la muerte actúa en nosotros, la vida crece en los demás.

Nosotros escolapios, religiosos y laicos (Lc 8, 1-3). Hemos descubierto que nuestro carisma pertenece al Pueblo de Dios, por eso vivimos convencidos de que la participación y la vivencia de los laicos a nuestro lado enriquece y fortalece nuestra vida consagrada. Facilitar el encuentro y el compartir de vida, espiritualidad y misión entre las dos vocaciones es un signo de los tiempos que debemos considerar, cuidar y propiciar para enriquecimiento mutuo, posibilitando un testimonio coral del carisma y la corrección fraterna. De esta manera, nuestras comunidades se abren al encuentro y al compartir fraterno con todos aquellos que se acercan a nuestro carisma visibilizando la Comunidad cristiana escolapia.

Mística y contemplación (Lc 9, 33b-35). Ser consagrados es ser separados por una elección de amor para visibilizar un aspecto de Dios. Nuestro bautismo nos conecta con la experiencia del amor de Dios, fuente y meta de cuanto hacemos. Incrementamos y consolidamos esta experiencia cultivando la relación íntima y personal con Dios en la oración, en sus mediaciones (pobres, hermanos, Iglesia-comunidad, sacramentos, los que ejercen el servicio de la autoridad…) y en la mirada contemplativa de un mundo lleno de las semillas del Verbo. La escucha y acogida diaria de la Palabra (en la vida y la escritura) nos dota de un sentido místico en nuestra acción con el que actualizamos el amor de Dios en todo lo creado.

Bendición e infancia espiritual (Lc 18, 15-17). Nuestra vida consagrada está enmarcada en la bendición: con nuestras palabras y nuestras obras hablamos bien de Dios y los que están en contacto con nosotros reciben también su bendición. No solo impartimos bendición sino en nuestra condición de ‘pequeños’ en la vida espiritual, somos receptores de la misma. Por eso, acogemos la recomendación de Nuestro Santo Padre Calasanz para hacernos ‘como niñitos de dos años que no saben dar dos pasos sin trastabillar’, acompañando a los pequeños en la oración y abajándonos a darles luz, haciendo que nuestra oración se asemeje a la experiencia de los pequeños. Ellos siguen siendo los faros de nuestro camino.

La realidad y la voluntad de Dios (Lc 22, 40b-42). Asumimos la realidad como venida de la mano de Dios, para lo cual, hacemos objeto constante de nuestra meditación la Pasión del Señor, pidiendo pacientemente que se nos conceda la gracia de vivir en esperanza todo cuanto acontece. El misterio pascual es el acontecimiento desde el que interpretamos nuestro mundo. Somos pues, fieles al discernimiento personal y comunitario, para ser hechos ministros de la esperanza futura, y nos abrimos a cuantas personas, experiencias y realidades pueden ofrecernos una visión más nítida de la voluntad de Dios.

Eucaristía y estilo de vida (Lc 24, 29b-32). Nuestra vida se nutre en el misterio pascual que actualizamos diariamente en la eucaristía. Nuestras celebraciones se abren a cuantos deseen alimentarse, posibilitando, en la medida de lo posible, la participación de compañeros, familias y estudiantes, viviéndola con ellos o sirviendo como sacerdotes al pueblo que se nos encomienda. La celebración de la eucaristía es para nosotros un itinerario de vida, incorporando en nuestro día a día lo que celebramos ritualmente: acogida, perdón, escucha de la Palabra, ofrenda de nuestros dones, vida entregada, acción de gracias y envío-misión. Procuramos así vivir la experiencia del Buen pastor alejándonos de todo tipo de clericalismo.

La vida fraterna y la Virgen María (Act 1, 14). La fraternidad escolapia la evidenciamos en la acogida cordial de nuestro estilo de vida propuesta en nuestras Constituciones. La actualizamos haciendo nuestras las propuestas de los capítulos general y provincial, de esta manera, construimos Escuela Pía y vamos creciendo en mentalidad de Orden. Hacemos crecer nuestra vida fraterna en la acogida, el cariño y la cercanía al resto de comunidades de la demarcación; la expresamos con el testimonio de la comunidad local unida a las comunidades de la Fraternidad de las Escuelas Pías y nos sentimos cuerpo, unidos a la Virgen María, amparo y protección de nuestra Orden.

Siguiendo este itinerario, tras las huellas de Jesús, se nos acercarán jóvenes con el deseo profundo de vida eterna (Lc. 18, 18ss) y será nuestra oportunidad para invitarlos a que vengan y vean. Este acercamiento mutuo entre los jóvenes y los religiosos despertará en muchos el deseo de vivir lo que descubren en nosotros. Abiertos así a las nuevas generaciones, caminamos hacia un nuevo ‘Pentecostés de los Escolapios’ que cree en nosotros la comunión necesaria para llevar adelante con fuerza la misión propia de los Escolapios en el mundo, superando los miedos y barreras de todo tipo.

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch. P.
Padre General

Tomado de Scolopi.org

salutatio-2021-01-esp-1.pdf