Desafiados por nosotros mismos
Todos sabemos que vivimos en un mundo que nos desafía profundamente. Las Escuelas Pías son una “caja de resonancia” en la que reverberan todos los retos de los niños y jóvenes de nuestro mundo, todos los sueños que albergan en sus corazones y todas las realidades sociales y eclesiales en las que viven. Esto ha sido así desde nuestro nacimiento. No puede ser de otra manera, dado que nos dedicamos a la educación, y no cualquier educación, porque la entendemos de modo integral. Dedicamos mucho esfuerzo a discernir las llamadas que esos desafíos provocan en nosotros. Y lo tenemos que seguir haciendo. Pero en ocasiones nos olvidamos de otro desafío que es central para nosotros, y que procede de nuestra identidad. Quiero dedicar esta carta fraterna a reflexionar sobre cómo las Escuelas Pías pueden y deben sentirse desafiadas por las propias Escuelas Pías.
Hace unas semanas asistí a una conferencia de un buen amigo sobre la educación. En un momento, el conferenciante utilizó una fotografía curiosa. En ella aparecía un joven deslumbrado por el sol, que buscaba protegerse con su mano del resplandor, y no se daba cuenta de que tenía los recursos adecuados para hacerlo: su gorra visera -colocada al revés de modo que no le protegía- y sus gafas de sol, sin utilizar. Aquella foto me inspiró esta reflexión, porque a veces me da la impresión de que somos como aquél joven: tenemos muchos recursos, propios de nuestra identidad, para llevar adelante nuestra misión, y no los aprovechamos de modo adecuado. Dando vueltas a esta idea, llegué a una conclusión: uno de los mejores caminos para responder a los desafíos que recibimos de nuestros niños y jóvenes es el sentirse desafiados por lo que somos y tenemos. Se trata de vivir y trabajar desde lo que somos, con creciente plenitud.
¿Qué recursos tenemos, en nuestra propia identidad, y no los aprovechamos ni los vivimos como debemos hacerlo? ¿Cuáles son algunas de nuestras gorras y gafas de sol que en ocasiones se nos olvida utilizar? Trataré de pensar en voz alta, con todos vosotros, en esta carta fraterna. ¿Cuáles son los recursos que forman parte de nuestra identidad y que debemos volver a pensar para crecer y hacer las cosas mejor? Nos puede ayudar un poco de autocrítica.
El primero es obvio: tenemos un fundador claro. Calasanz es un perpetuo desafío para nosotros. Tener un padre como Calasanz es un recurso extraordinario, en ocasiones muy desaprovechado. Su proceso personal, su visión de la vida cristiana, su modo de comprender la educación, las opciones que tomó, su espiritualidad (todavía me encuentro con escolapios que tienen dificultades para explicar la espiritualidad calasancia), sus criterios de vida consagrada, su apertura a la Iglesia, su inconformismo, su visión de futuro, su libertad ante los criterios dominantes, su capacidad de convocatoria, su proyecto global, sus Escuelas Pías… todo en Calasanz es un desafío. Y, en ocasiones, formamos de modo superficial a nuestros jóvenes, leemos escasamente sus escritos, comprendemos parcialmente su propuesta educativa o la adaptamos a la realidad en la que nos toca vivir. La Orden sigue necesitando volver a Calasanz. Yo escuché esto siendo junior, de labios del P. Ángel Ruiz. Me siento en la obligación de volver a decirlo. Gracias a todos los que seguís apasionados por ayudarnos a entrar más a fondo en el fundador. Fundador no es “simplemente” el que fundó, sino el que sigue fundando, siempre y cuando nosotros, sus hijos, tengamos espíritu de fundador, como el propio Calasanz proponía[1].
La comunidad. Nuestra opción es la comunidad. La comunidad escolapia es un recurso extraordinario, que no sabemos aprovechar del todo, porque en ocasiones no la sabemos vivir en creciente plenitud. Una comunidad es un espacio de vida, de fe compartida, de planes de misión, de ayuda mutua para el ejercicio de nuestro ministerio. Una comunidad es referencia de la escuela, llamada a iluminar a todos los que colaboran corresponsablemente en el desarrollo de la misión. Una comunidad es un laboratorio de ideas, una escuela de educadores, un espacio de fidelidad vocacional. Descuidar la comunidad y convertirla en un lugar en el que simplemente vivimos es perder un recurso extraordinario. Calasanz insistía siempre en que la adecuada vida de los religiosos redundará siempre en beneficio de las escuelas[2].
Nuestra propia historia. Sentirse desafiados por la historia vivida es algo sano y bueno, cuidando que no nos lleve a la nostalgia, siempre paralizante. A lo largo de estos cuatro siglos de existencia de nuestras Escuelas Pías hemos sido testigos de innumerables aportaciones realizadas a la educación, a la Iglesia, a los jóvenes. Sentirse pequeños a hombros de gigantes nos ayuda a mirar más allá, porque estamos más altos. Desaprovechar los recursos que nos proporciona nuestro camino multisecular es propio de una institución cortoplacista y de corta mirada. Necesitamos entrar más a fondo en nuestra “historia de vida”, porque eso nos dará mucha vida.
Sólo dos pequeños ejemplos, bien concretos. Hace unos meses leí un trabajo del P. Burgués sobre los “fundadores”. Es impresionante todo lo que pude aprender leyendo los esfuerzos realizados por los escolapios que engendraron nuevas presencias de la Orden. Y esto es sólo un pequeño botón de muestra de la ingente cantidad -y calidad- de recursos que nuestra propia historia nos ofrece para sentirnos desafiados. El segundo ejemplo lo viví en Polonia. Hace unos meses participé en Varsovia en un congreso sobre el P. Konarski. El sentimiento que tuve en ese congreso fue tan simple como complejo: el P. Konarski pudo hacer todo lo que hizo no sólo por su genialidad, sino porque tenía una Provincia detrás. Y lo que dije en mi breve intervención es que el desafío al que el P. Konarski respondió -con sus luces y recursos- sigue vigente: una educación auténticamente calasancia para engendrar una sociedad mejor. Pero no acaba ahí la cosa. Al día siguiente asistí a la celebración del aniversario del colegio de Varsovia. Los alumnos hicieron una obra de teatro dedicada a las aportaciones de otro escolapio, que da nombre al colegio. Y tuve que reconocer que yo no conocía ni su nombre. Y sus aportaciones a la educación en Polonia fueron formidables. Tenemos un recurso que debemos aprovechar mejor: somos una institución que aporta. Tengámoslo en cuenta. Por cierto, os recuerdo el nombre de este escolapio: el P. Onufry Kopczyński.
Sigo enumerando recursos propios de nuestra identidad. El cuarto son nuestros ministerios escolapios. Además del ministerio pastoral, la Orden reconoce tres que proceden del centro del carisma: la educación cristiana, la atención a los pobres para la transformación social y el recientemente constituido de la escucha y acompañamiento. Son ministerios que se encomiendan a nuestros jóvenes durante su formación inicial y a algunas personas, en su mayoría de la Fraternidad. Debiéramos pensar la calidad con la que preparamos a las personas para recibir estos ministerios, la necesidad que tenemos en nuestras comunidades cristianas escolapias de comprender bien su naturaleza e importancia, la fuerza vocacional de la que son portadores. Cada uno de ellos, bien entendido y bien trabajado, es capaz de provocar profundos cambios en nuestro modo de llevar adelante nuestra misión. Y el más importante de todos ellos es que estos ministerios nos acercan al centro del proyecto de Calasanz. Un ministerio escolapio, si lo es, tiene una virtualidad fundamental: nunca lo vivimos del todo, y siempre pide algo más de nosotros mismos, de la comunidad, de la Orden y de la Fraternidad. Es un motor de cambio, un valor de identidad. Necesitamos profundizar más en cada uno de ellos. Me gustaría mucho que, en cada casa de formación, por ejemplo, lleváramos adelante seminarios de estudio y reflexión sobre cada uno de estos ministerios. Me gustaría que algunos de nuestros juniores dieran el paso de formarse más profundamente en alguno de ellos. Me gustaría que pudiéramos conocer y compartir las buenas experiencias que se tienen en alguna de nuestras Fraternidades sobre todo el dinamismo propio de estos ministerios. Tenemos que aprovechar mejor nuestros propios tesoros.
Y, hablando de tesoros, entro en el quinto recurso propio que nos desafía: dos tesoros enormes que tenemos y que en ocasiones no aprovechamos bien. Estoy hablando del Movimiento Calasanz y de la Oración Continua. El Movimiento Calasanz ha crecido mucho entre nosotros en estos años, pero no podemos despistarnos de lo esencial. Se trata de un proceso educativo integral en el que ofrecemos a nuestros niños y jóvenes y espacio para descubrir, compartir y vivir a fondo su fe, su vida y su vocación. No cualquier actividad pastoral es Movimiento Calasanz. Debemos profundizar en lo que nosotros mismos hemos engendrado. Es claro que en cada contexto se encarna de modo diferente, pero encarnarse no significa ni diluirse ni adaptarse.
La Oración Continua está abriéndose paso poco a poco entre nosotros. Ha superado ya la crisis de identidad que vivió hace años, y se está comprendiendo poco a poco como la comprendió Calasanz: el alma del colegio. Invito a todos a entrar en la página web[3] en la que, poco a poco, se van exponiendo recursos y experiencias que nos pueden ayudar a comprender y valorar el tesoro que tenemos.
Voy a por el sexto recurso en ocasiones desaprovechado: la centralidad del niño. Cuando la Orden quiso definir los elementos propios de la identidad de nuestro ministerio, el primero de ellos fue éste: el niño es el centro, y responder a sus retos es el nuestro[4]. Estamos ante uno de los temas más significativos de nuestras Escuelas, impulsadas por el genio de Calasanz. El centro de todo es el niño. Hay una constante que experimento en todas las visitas que hago a los centros educativos escolapios, cuando tengo la preciosa oportunidad de encontrarme con los alumnos. Me suele gustar preguntar por los aspectos de la escuela de los que ellos están más contentos. Entre las respuestas, hay una que nunca falta: en esta escuela, los profesores nos conocen, saben quiénes somos. Les aseguro que, si esta respuesta no se diera, habría que pensar seriamente sobre el carácter escolapio de esa escuela.
La “cultura de nuestras escuelas” provoca que los alumnos sean conocidos, porque son el centro. Todo debe estar organizado para que el alumno sea central en la vida de la escuela, en todos sus dinamismos. Esta es la visión desde la que Calasanz construye su escuela popular, y la desarrolla por toda Europa. Es claro que estamos ante una clave de nuestra identidad que se convierte en desafío. Sigamos intentando responder.
Evidentemente, la respuesta a este desafío tiene que ver con muchas de las cosas que hacemos: el tipo de relación educativa, las prioridades desde las que orientamos el colegio, nuestra capacidad de impulsar nuevas respuestas para atender nuevas situaciones, la formación de nuestros educadores, etc. Es bueno que sean los niños los que inspiren nuestras decisiones.
El séptimo recurso al que quiero hacer referencia lo podría definir así: sí a la inclusión, sí a la preferencia por los pobres. Forma parte de nuestra identidad impulsar proyectos educativos que promuevan la inclusión y que atiendan de modo especial a los más desfavorecidos. Voy a utilizar una palabra muy querida entre nosotros: Trastevere. Cuando paseo por el barrio en el que nació el proyecto de Calasanz no puedo dejar de pensar en todo lo que allí se vivió. El “Trastevere” no es para nosotros un barrio, sino un lugar teológico, un lugar calasancio provocador de preguntas. Y la respuesta a las preguntas provocadas fue “Santa Dorotea”. Conocer la respuesta nos ayuda a descubrir la pregunta. La respuesta “Dorotea” nos ayuda a comprender la pregunta que se hizo Calasanz: podemos cambiar la realidad apostando por los pobres y por una propuesta educativas inclusiva que permita que quienes están “fuera del circuito” se conviertan en protagonistas de su transformación.
Las Escuelas Pías nacen en dinámica de utopía, de profundo cambio social. Calasanz parte de una constatación decisiva, que la coloca ni más ni menos que en sus Constituciones: “En casi todos los Estados la mayoría de sus ciudadanos son pobres[5]” Y responde a este reto con una propuesta de escuela que lo cambia todo. Un simple botón de muestra, tomado del reglamento de uno de los colegios que fundó: “Nadie pretenda en nuestras escuelas preeminencia o privilegio alguno sobre los otros a no ser por la mayor integridad de costumbres, por mayor diligencia y aprovechamiento en el estudio[6]. Nuestra “escuela a pleno tiempo[7]” busca dinamizar esta apuesta por la inclusión y por un mundo diferente.
Ciertamente, hay muchos más aspectos de nuestra identidad que nos desafían, pero no podemos abordar todos en el espacio de una carta como esta. Invito a todos continuar esta reflexión, convencido de que nos puede iluminar mucho. Pero no quiero terminar esta carta sin una referencia a una de las actitudes que más nos puede ayudar en este camino: el agradecimiento de todo lo que hemos recibido en herencia. Pero nuestra herencia, porque es calasancia, tiene un secreto: pide ser conocida, recreada y ofrecida. En estas claves tenemos que seguir pensando. Gracias por vuestra paciencia. Recibid un abrazo fraterno.
P. Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
[1] San José de CALASANZ. Opera Omnia, volumen VI, página 115. Carta al P. Alacchi del 12 de julio de 1638.
[2] San José de CALASANZ. Opera Omnia, volumen VI, página 361. Carta al P. Berro del 24 de septiembre de 1639.
[3] https://oracioncontinua.com
[4] CONGREGACIÓN GENERAL de las Escuelas Pías. “La identidad calasancia de nuestro ministerio”. Ed. Calasancias. Madrid 2012, páginas 13-14.
[5] San José de CALASANZ. Constituciones de la Congregación Paulina nº 198. Opera Omnia. Volumen VI, página 46
[6] San José de CALASANZ. Reglamento del colegio de Campi, 1630. Opera Omnia. Volumen VI, página 246
[7] Secretariado General para un Ministerio Insustituible. “Escuela Pías a pleno tiempo y perfil del alumno”. Ed. Calasancias. Colección “Cuadernos” número 60.