Estamos todavía en plena pandemia, y tardaremos en salir de ella, sin duda. Por eso, es difícil valorar las consecuencias de la COVID-19 en el conjunto de la Orden. Es probable que tengamos que esperar un poco de tiempo para tener una visión más completa de lo que llamamos el “impacto de la pandemia” en las Escuelas Pías. Pero podemos acercarnos a un primer análisis.

He querido titular esta carta con el versículo 19 del cántico de Habacuc (Hab 3, 2-4. 13a. 15-19) con el que tantas veces oramos en la Liturgia de las Horas y que tanto ayuda a vivir este tiempo de dificultad en el que estamos caminando. Os recuerdo sus últimos versos, porque iluminan nuestra experiencia de fe:

 
“Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré en el Señor, me gloriaré en Dios, mi Salvador. El Señor soberano es mi fuerza; Él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas”

1. Como es lógico, lo primero que me viene a la mente y al corazón es el recuerdo y la oración por nuestros difuntos. Hemos perdido algunos hermanos en estos meses (Catalunya, Betania, California, Hungría, Emaús). Numerosos religiosos -de todas las edades- se han infectado y lo han superado, con mayor o menor “desgaste en la salud”. Prácticamente en todas las Provincias hemos tenido la experiencia de la enfermedad y, consiguientemente, de las cuarentenas y cuidados de los enfermos y de todos. Bastantes religiosos han escrito sus reflexiones en “tiempos de cuarentena”, que son, sin duda, valiosos testimonios de fe y de vocación. Traigo un ejemplo sencillo, de un junior que tuvo el detalle de compartir su proceso de enfermedad. Transcribo sólo dos párrafos ilustrativos de la experiencia de este joven escolapio.

“Sentí miedo, y en este miedo veía miradas de poco y pobre alcance… “el contagiarme arruina mis planes” “esto pasará rápido” ¿Por qué tengo que ser yo y precisamente ahora? Parecía que miraba hacía el suelo, en el dolor pedía a Dios explicaciones. Llegué a sentirme víctima, sin comprender que, en medio del miedo, Dios me está amando, y el verdadero amor corrige, educa y guía. La vida es un don de Dios, no una prueba imposible a la que Dios nos somete. Ya no era yo el de la pregunta hacia Dios, sino Dios hacia mí “¿Dónde estás? ¿Dónde está tu corazón? ¿Tu corazón no está conmigo?”

Leí entonces una frase de Teilhard de Chardin: “El mayor peligro que puede temer la humanidad de hoy no es una catástrofe que le venga de fuera, ni siquiera la peste; la más terrible de las calamidades es la pérdida del gusto de vivir”. He descubierto que el verdadero peligro que se cierne sobre la vida no es la amenaza de muerte, sino la posibilidad de vivir sin sentido, vivir sin tender a una plenitud mayor que la vida y la salud. Después de leer esta frase, descubría que mi miedo no era al virus, sino a la falta de sentido de mi vida. No de toda, pero sí de estos aspectos de autosuficiencia que me he ido haciendo”.

2. Podemos extender nuestra mirada solidaria a educadores, familiares, amigos etc. La pandemia está siendo, efectivamente, total. Y ha afectado también a la “salud psicológica y espiritual” de los escolapios. Hemos tenido algunos religiosos en tratamiento psicológico por estrés, en crisis espiritual, en miedo a la misión, en rebeldía social, en “ingenuidad y simplificación de la realidad”, etc. Hemos pasado por muchas situaciones diversas, aunque la mayoría de los religiosos han vivido -y viven- esta pandemia con serenidad y buena disposición.

3. La pandemia ha afectado a la misión. Y en varios sentidos. Desde el lado “positivo”, podemos destacar la creatividad desde la que en muchas demarcaciones se ha respondido a la situación, y no sólo en los lugares que disponen de medios. Es cierto que se ha avanzado mucho en las clases online, por ejemplo, y en todo tipo de reuniones y trabajos colectivos no presenciales o con presencialidad parcial, y estamos respondiendo bien. Pero tenemos muchos lugares en los que ha sido muy difícil dar clase, y se ha hecho por radio, o por whatsapp, por ejemplo. Y algunos lugares en los que sencillamente no se ha podido dar clase algunos meses, y los niños han perdido escolaridad, porque la pandemia ha afectado más a los más pobres, como siempre. Esta pandemia nos ha recordado con crudeza la convicción de Calasanz: el derecho a la educación, integral y de calidad, y para todos, sigue siendo un reto. Tenemos que afirmar con claridad que “a mayor pobreza, mejor respuesta y mayor calidad”. Este es el camino.

4. El trabajo de los escolapios y del conjunto de los educadores no está siendo fácil, pero la dedicación es formidable. Nunca olvidaremos todo el esfuerzo realizado para mantener online nuestro servicio educativo, que necesita la presencialidad y la cercanía como algo consustancial a lo que hacemos y ofrecemos. Recuerdo el testimonio de un junior en su primer año como maestro. Me decía que después de cuatro meses de clases online, una alumna le preguntó si él sabía “cuánto medía de estatura” y que sólo acertó a responder que “me muero de ganas por conocerte y por encontrarme contigo”. Fue difícil continuar la clase, por la emoción que todos sintieron.

5. Se ha notado más en la pastoral, tanto en lo parroquial como en la extraacadémica (por ejemplo, el Movimiento Calasanz). Hemos perdido actividades -que habrá que recuperar- se han reducido los grupos pastorales, en algunos casos sencillamente no han podido funcionar. Lo mismo las Eucaristías, las catequesis, etc. Hay una “crisis pastoral” ocasionada por la pandemia, que deberemos pensar de modo renovado.

6. Ha sido especialmente fuerte la dificultad en algunas plataformas de Educación No Formal, en las que, sencillamente, los niños y jóvenes han dejado de acudir, casi siempre porque las familias pensaban que es más seguro minimizar “ocasiones de reunión”. Se han mantenido muchos programas, pero no sin dificultad. Creo que estamos escribiendo una página de oro de la historia de la Orden.

7. La cuestión económica está todavía en estudio. Pero el impacto será importante, está siendo ya importante. En países en los que la escuela está concertada se ha perdido mucho dinero por la reducción de entradas complementarias. En países en los que la escuela es privada, se han perdido alumnos y, consiguientemente, se ha reducido la capacidad económica. Sí que hemos ahorrado en viajes y reuniones. Todas las Provincias están estudiando la situación, así como la Congregación General, sobre todo porque las Provincias que dependen de la contribución general sienten gran inseguridad, como es lógico. Ya conocen nuestras prioridades: “primero poder comer y estudiar, y luego ya veremos”, además de trabajar a fondo para conseguir recursos propios. En ello estamos.

8. El “apretón de cinturón” se ha aplicado en todos los casos, también en la vida de la Curia General (viajes, reducción de actividades y encuentros a lo mínimo, aplazamiento de algunas reformas que se esperan en las casas generales, publicaciones, etc.). Estudiamos que esta dinámica puede ayudarnos a revisar nuestro funcionamiento, también en la época posterior a la pandemia. Pero hay que discernir bien sobre este asunto, que no es simple, porque el riesgo es “matar o reducir la vida”. Hay que caminar con fino discernimiento en este tema.

9. Nuestros jóvenes han sufrido especialmente la situación, sobre todo porque han debido estar todo el año con clases online, que es algo bastante difícil y desgastante. Algunos han tenido que cambiar su itinerario formativo, por razones migratorias. Hemos tenido que resolver bastantes Noviciados de manera excepcional (en Costa Rica, en Bolivia, en Indonesia, lugares en los que no hay Noviciado institucional y en los que hemos debido autorizarlos). Varios juniores siguen su proceso formativo fuera de la casa de formación. Diversos procesos de acompañamiento formativo se llevan adelante online, con plena disponibilidad de formadores y jóvenes.

10. Hemos perdido numerosos candidatos en las primeras etapas de la acogida vocacional y prenoviciado, sobre todo porque las familias no han permitido a sus hijos incorporarse a la Formación Inicial. Esto ha sido especialmente fuerte en Asia, y muy significativo en el proceso propio de nuestra Casa Internacional de Manila, destinada a la acogida de jóvenes de nuevos países. La pandemia reducirá el número de nuestros jóvenes en los próximos años.

11. Emerge poco a poco, entre nosotros, una nueva conciencia de que “nada será igual” y que deberemos pensar las cosas de modo nuevo. Todavía persiste una cierta mentalidad de que “con la vacuna, todo volverá a ser como antes”. Y esto no va a ser así, ni queremos que sea así, y debemos trabajar para encontrar nuevos parámetros de vida y misión desde los que vivir y por los que educar. Como escolapios, somos desafiados por la afirmación de que “no podemos volver a vivir como si nada hubiera pasado”. Desafíos como la ecología, el cuidado del planeta, la ciudadanía global en la que educar a nuestros alumnos, la acogida del inmigrante, la interculturalidad, etc., aparecen como oportunidades de renovación de vida y de respuestas escolapias. No estamos sino empezando a plantearnos todo esto, superando los cortoplacismos o la mentalidad de que “pronto podremos seguir viviendo como lo hacíamos”. La pandemia no ha ocasionado el cambio; simplemente ha acelerado la conciencia de que “hay que cambiar”. Esta cuestión está en la mesa de las Escuelas Pías, y deberemos desarrollarla poco a poco. Nuestra aspiración no puede ser tan cortoplacista como “volver a lo anterior”. No perdamos el rumbo: queremos un mundo diferente, también diferente del anterior a la pandemia.

12. Hay otro elemento de fondo que nos desafía. La pandemia está siendo una oportunidad para que ciertas mentalidades sociopolíticas de tipo “controlador” y “contrario a la pluralidad”, hayan tomado posiciones de ventaja, con medidas legales o con promoción de criterios. Deberemos tener los ojos bien abiertos en temas relacionados con las leyes educativas, la legislación sobre aspectos importantes de la vida humana, las restricciones a actividades que son importantes para nosotros, las prioridades económicas de los gobiernos, las ayudas públicas a las que podemos acceder, etc. El equilibrio entre seguridad y libertad está en juego.

13. Hay también que pensar sobre lo que hemos aprendido en relación con la dedicación pastoral. Hemos visto ciertas dinámicas de “pasos atrás” en agentes pastorales y en dinámicas de misión. Es verdad que la prudencia debe cuidarse, pero también hemos visto contextos en los que se ha reducido demasiado la presencia activa del religioso o del laico escolapio, y en las que la “tentación de reducir actividades” ha sido muy fuerte, y en ocasiones ha prevalecido.

14. Menciono de modo especial la celebración de la fe, la liturgia. La pandemia ha favorecido las celebraciones online. Tenemos el riesgo de que la liturgia se reduzca a contemplación, de avanzar hacia una liturgia desencarnada. Percibimos el riesgo de que crezca la “no pertenencia” a una comunidad real y sí a una comunidad virtual. Hay que plantearse la lucha por la “recuperación y el crecimiento de la comunidad”.

15. Añado algo que tiene que ver con nuestra vivencia espiritual, profunda, de lo que está sucediendo. Debemos dar nombre a las experiencias, y discernirlas bien. Por ejemplo, el miedo genera encerramiento y disminución de nuestra entrega y generosidad; tener una imagen oscura del futuro es siempre contra la vida, porque se convierte en un vaticinio “autocumplido”, una profecía que se cumple, y es muy contrario a lo que un educador debe vivir y transmitir a sus alumnos, que no es otra cosa que el deseo de vivir y el coraje para soñar.

Termino esta sencilla reflexión con una pequeña reflexión histórica. Tenemos cuatro siglos de historia, y hemos atravesado por numerosas épocas o momentos de dificultad. Siempre hemos salido adelante, convencidos de que el sueño de Calasanz es imprescindible para nuestros niños y jóvenes.

Me gustaría solamente aportar dos pequeñas referencias de nuestra historia que personalmente me ayudan a vivir este proceso en el que estamos metidos, una sobre las opciones de Calasanz y la segunda sobre el proceso de consolidación de las Escuelas Pías, con una de las fundaciones de Florencia.

En primer lugar, no podemos olvidar que Calasanz ya luchó contra la peste, y que sus Escuelas Pías nacieron en tiempo de pandemia. Ya el primer Capítulo General de la Orden, previsto para abril de 1631, debió ser aplazado porque la peste no cesaba. En plena pandemia, Calasanz engendró las Escuelas Pías para el bien de los niños y jóvenes. No debemos olvidar que ningún virus puede detener ni debilitar el carisma y la misión.

Si nos acercamos al proceso de nuestra fundación en Florencia, comprobamos que “por causa de la peste, que invadió la ciudad, las escuelas estuvieron cerradas desde septiembre de 1630 hasta noviembre de 1631. Los escolapios prodigaron sus servicios a los apestados con tal generosidad que les valió la estima del pueblo y la fama para sus escuelas. Después de una visita de los delegados del gran duque a las escuelas en 1632, se obtuvo licencia de poder llamar a cuantos religiosos fueran necesarios, en vez de los seis permitidos al principio”

Me alegro de que podamos decir que las Escuelas Pías, en plena pandemia del COVID-19, han fundado en Guatemala y en Timor Leste.

Recibid un abrazo fraterno.

P. Pedro Aguado Sch. P.
Padre General

[1] DICCIONARIO ENCICLÓPEDICO ESCOLAPIO (DENES), Tomo I. “Florencia, Colegio Santa María dei Ricci”)

Tomado de Scolopi.org

salutatio-2021-04-esp.pdf