La consistencia vocacional
Sigo reflexionando sobre la visita que estoy realizando a los religiosos adultos jóvenes de nuestra Orden, aquellos que están en sus seis primeros años de vida escolapia adulta y están viviendo sus primeras experiencias de misión, de vida comunitaria fuera de una casa de formación, de responsabilidades asumidas y, en ocasiones, de modo muy desafiante, etc. Hablando con ellos -sobre todo escuchándolos- me doy cuenta de la claridad con la que formulan su principal desafío: vivir la vocación con creciente autenticidad.
Son conscientes de que en estos primeros años se juega mucho de lo que va a ser su vida escolapia en el futuro. También son conscientes de que esa vida no siempre es fácil, y quieren evitar el riesgo de una vida sin radicalidad, sin centro o sin alegría. Lo quieren evitar porque -aceptémoslo- ven esa vida en algunos de sus mayores. Y se preguntan, no sin preocupación, ¿cómo es posible llegar a una vida religiosa sin pasión, sin ánimo o sin el equilibrio que todos necesitamos para ser felices? ¿Qué ha fallado en el camino? ¿Qué procesos o que experiencias nos pueden ayudar a una vida religiosa consistente?
Este es el tema que más estamos trabajando en este año en el que, como casi todos sabéis, voy teniendo retiros espirituales con todos los religiosos que están en esta franja de edad, centrados en el reto de la consistencia vocacional.
Después de escuchar mucho y de conocer muchas situaciones personales, he llegado a dar nombre a los puntos fundamentales en los que se juega nuestra consistencia vocacional. Obviamente, los que os voy a presentar son mi lectura de este desafío, iluminado por las experiencias de aquellos que veo que lo han conseguido y por los errores de aquellos que veo que se han despistado, que de todo tenemos en la Orden. Es mi visión. Claro que cada uno de nosotros podemos añadir otras claves, subrayar algunas de estas o expresarlas de otro modo. Yo comparto lo que veo, con la esperanza de que nos ayude en el camino.
Antes de citar los “puntos clave” que veo fundamentales, quiero decir una palabra sobre la “consistencia vocacional”. Se puede definir de muchas maneras, pero he elegido una muy concreta: un párrafo de la carta que me escribió un joven escolapio en el momento de pedir su profesión solemne. “Durante estos años he tenido experiencias diversas en mi proceso vocacional. He conocido la alegría, la pasión por mi vocación, el desánimo, la sequedad espiritual, el valor del acompañamiento, el consuelo de la transparencia, la decepción de pecado y de mis propias debilidades, la importancia de los niños en nuestra vida -aunque a veces no son fáciles-, la serenidad de la oración, la fuerza de la comunidad… He podido experimentar bastantes de las cosas que son propias de nuestra vida. Pero he llegado a una conclusión que vivo con certeza, y que le comparto con confianza: con todas mis fuerzas, quiero tratar de ser un nuevo Calasanz; deseo vivir mi vocación con la consistencia con la que él la vivió, de modo que mi alegría, mi fidelidad y mi testimonio no dependan de que las cosas me vayan bien o mal, sino de que yo le deje al Señor sostenerme en el camino”.
Esta carta no es un “subidón espiritual” de un joven a punto de profesar. Es la expresión de un deseo sincero: quiero que mi vocación sea fuerte durante toda mi vida; no quiero perder el tesoro que he recibido. A esto le podemos llamar “consistencia vocacional”.
La tarea que estoy proponiendo a los religiosos adultos-jóvenes es la elaboración de su “hoja de ruta para su consistencia vocacional”. No es un simple “proyecto personal”, sino su respuesta a las grandes cuestiones que un religioso se tiene que plantear si quiere ser crecientemente fiel a su vocación. La puerta de entrada de esa “hoja de ruta” es su respuesta a cinco preguntas. Las sintetizo para todos:
1-El primer punto, la primera pregunta, es algo que nuestro 48º Capítulo General propuso con fuerza para todos nosotros: vivir desde un único centro, Cristo Jesús, el Señor. Me gusta mucho cómo lo expresa San José de Calasanz en sus Constituciones: “El religioso fiel que desea obtener de nuestro instituto el más sazonado fruto, manténgase unido a Cristo el Señor, deseoso de vivir sólo para Él y de amarle sólo a Él” (CC34).
Esta es una preciosa y apasionante tarea espiritual, que dura toda la vida, y en la que venimos trabajando desde el comienzo de nuestro camino vocacional. El secreto está en el “día a día”, en el que ofrecemos al Señor nuestras alegrías, nuestros desafíos, nuestras dificultades, nuestra vocación. Lo hacemos porque sólo Él es el camino, la verdad y la vida[1].
Hace pocas semanas que el Papa Francisco nos ha regalado la encíclica “Dilexit nos”. Toda ella es un canto a la centralidad de Jesucristo en la vida del cristiano. En esta preciosa carta, comentando el texto del Evangelio de Juan en el que Jesús nos invita a permanecer en Él[2], o el texto de Mateo en el que el Señor dice “vengan a Mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré[3]”, el Papa cita la expresión de Pablo en la que el apóstol sintetiza la razón de su vocación: “´´El me amó y se entregó por mí[4]”. Simplemente, “me amó”[5].
La tarea que propongo es muy concreta: discernir las pistas (medios, proyectos, dinámicas, opciones) que nos pueden ayudar más en este desafío. Formulo así la pregunta: “elige las pistas que más te pueden ayudar a ti para vivir centrado en Cristo”. De la respuesta a esta pregunta -o del valor para hacérnosla- depende buena parte de nuestra fidelidad vocacional.
2-El segundo aspecto que propongo es algo sobre lo que he venido escribiendo en diversas cartas. Lo formulo así: Encarnar, con creciente y apasionado equilibrio, las dimensiones de nuestra vocación: la experiencia de Dios, la vida comunitaria y la misión.
La formulación “apasionado equilibrio” es un sencillo oxímoron que nos puede ayudar a comprender la exigencia del reto al que nos enfrentamos si queremos vivir una vida escolapia consistente. El 48º Capítulo General lo propuso con claridad en lo que llamamos “núcleo configurador” de la propuesta capitular: una vivencia integral, equilibrada, mística y profética de nuestra vocación[6]”.
Para desarrollar nuestra misión y para vivir en comunidad, y para ser hombres de Dios, se requiere pasión, intensidad vocacional y deseo real de vivir lo que se ha asumido como vocación. Nuestras Constituciones lo expresan de modo certero: “Llamados por el Bautismo a la plenitud de la perfecta caridad, dejamos todo por Cristo y, en el ambiente comunitario de vida consagrada le seguimos a Él como a lo único necesario… y nos entregamos con mayor disponibilidad al servicio de los hermanos[7]”
La pregunta que nos debemos formular es tan sencilla como compleja: ¿Cuál es nuestra experiencia en esta lucha vocacional de vivir con apasionado equilibrio las diversas dimensiones de nuestra vida? ¿Qué nos puede ayudar en este camino?
3-En tercer lugar, lo que propongo a nuestros religiosos adultos jóvenes es que vivan, con profundidad, la espiritualidad de la construcción de las Escuelas Pías. Tengo claro que el deseo profundo de construir Escuelas Pías es una opción espiritual. La “espiritualidad” se manifiesta en lo que hacemos por estar abiertos a Dios, a las inspiraciones del Espíritu Santo, y tiene que ver con lo que me hace vivir, porque está en el fondo de mi alma, y es algo que me define profundamente, inspirado por Dios, y que define mi vocación. Es la razón de fondo por la que yo vivo, trabajo y me levanto cada mañana para ir al encuentro de los niños. Es lo más profundo de mí mismo, donde está Dios obrando, y que define mis opciones y mi vida cotidiana.
Aquí está la “espiritualidad escolapia”, las claves profundas desde las que se vive “lo escolapio”, inspiradas por Calasanz y encarnadas durante muchos años por la Orden de las Escuelas Pías y por las personas que la descubren y la convierten en su modo de vivir y de caminar. Por algo, nuestras Constituciones empiezan así: “La familia religiosa escolapia se reconoce a sí misma como obra de Dios y del afortunado atrevimiento y tesonera paciencia de San José de Calasanz” … buscando… “consolidar en la Iglesia la inspiración y misión recibidas[8]”
Calasanz situó la construcción de las Escuelas Pías en el centro de su vocación, sabedor de que era la mejor respuesta a la inspiración recibida por Dios. Entender esto, y dar lo mejor de nosotros mismos por las Escuelas Pías, es ser un buen hijo de Calasanz. De ahí la pregunta que formulo a todos: ¿qué necesitas para entrar en esa dinámica?
4-El cuarto punto que planteo tiene que ver con la convicción de que la vida cotidiana es el crisol de la autenticidad. Y en la vida de cada uno de nosotros aparecen dos dinamismos que condicionan mucho nuestro proceso, y que debemos conocer: los riesgos que tenemos y los apoyos que nos pueden ayudar. Dar nombre a los riesgos y valorar las cosas que nos ayudan es propio de personas maduras.
Hay muchos riesgos en nuestra vida escolapia. Hemos hablado muchas veces de ellos: la mundanidad, el clericalismo, la superficialidad, el individualismo, el narcisismo, etc. Todo esto es propio de la naturaleza humana. Y hay opciones que nos ayudan, sin duda: el acompañamiento, la transparencia, el trabajo cotidiano, el cuidado de la vida comunitaria, la lectura, el compromiso por la propia formación, la escucha de las personas sabias, la humildad… Dar nombre a los riesgos y a los apoyos es propio de las personas que quieren vivir seriamente su vocación.
Calasanz, por ejemplo, habló específicamente de uno de los riesgos que he mencionado. Y lo hizo en las Constituciones: “Procure no mirar hacia atrás después de echar mano al arado. Deje de lado los negocios de este mundo y las preocupaciones meramente seculares[9]”. Las Constituciones actuales proponen muchos apoyos concretos. Entre ellos, el acompañamiento espiritual: ““Tendremos en gran estima la dirección y el diálogo espirituales[10]”. La pregunta que nos podemos formular es muy concreta: da nombre a tus riesgos y elige tus apoyos. Es el modo de caminar de manera inteligente y responsable.
5-Finalmente, hay un quinto aspecto que estoy proponiendo a nuestros hermanos, y que está inspirado en la sensibilidad que he aprendido de los jóvenes religiosos de Asia Pacífico: ser “simplemente escolapios”, ser un “simple escolapio”. Esta opción está muy relacionada con los sueños y proyectos con los que nos situamos en las Escuelas Pías, y con los dinamismos interiores con los que caminamos.
Nuestras Constituciones lo expresan de manera tan bella como exigente: ““Cristo, al vivir con los humildes y bendecir a los niños que se le acercaban, nos llama a la sencillez de los pequeños diciendo: si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Revestidos de estos sentimientos de Cristo, llegamos a ser cooperadores de la Verdad divina y nos hacemos niños con los niños y pobres con los pobres[11]”.
Utilizando otro oxímoron, podríamos decir que el camino escolapio consiste en “crecer en ser pequeño”. Calasanz lo verbalizó con la palabra “abajarse[12]”. Es bueno preguntarse, con honestidad, por nuestros sueños, por nuestros proyectos como escolapios. ¿Cuál es nuestra aspiración? ¿Cuál es tu sueño como escolapio? Podemos aspirar a muchas cosas, incluso sin darnos cuenta. Pero la aspiración de la que hablamos es diferente: aspiramos simplemente a ser escolapios. El propio Jesús tuvo que emplearse a fondo para educar a sus discípulos en este asunto de las “aspiraciones”[13]
Con esta sencilla reflexión he tratado de compartir con todos vosotros los puntos fundamentales que van quedando claros en este año repleto de encuentro personales y comunitarios con los religiosos adultos-jóvenes de la Orden. Lo he hecho porque creo que nos pueden ayudar conocer en qué aspectos estamos trabajando. También he querido compartir estas reflexiones con las personas que leen habitualmente estas cartas mensuales (miembros de la Fraternidad, educadores, personas cercanas a la Orden, jóvenes del Movimiento Calasanz, etc.), porque también ellos nos pueden ayudar en el camino.
Recibid un abrazo fraterno
P. Pedro Aguado Sch.P.
Padre General
Tomado de: Scolopi.org
[1] Jn 14, 6
[2] Jn 15, 4
[3] Mt 11, 28
[4] Ga 2, 22
[5] Francisco. “Carta encíclica “DILEXIT NOS” del 24 de octubre de 2024, n. 43-45
[6] 48º Capítulo General de la Orden de las Escuelas Pías. Publicaciones ICCE. Colección CUADERNOS n. 65, página 13, Madrid 2022.
[7] Constituciones de las Escuelas Pías n. 16.
[8] Constituciones de las Escuelas Pías n. 1.3
[9] San José de Calasanz. Constituciones de la Congregación Paulina, n. 35
[10] Constituciones de las Escuelas Pías n. 50
[11] Constituciones de las Escuelas Pías n. 19
[12] San José de Calasanz. Opera Omnia, vol. III, página 235. Ed. Calasancias, Madrid 2019.
[13] Mt 20, 26-28